El Doctor José Roque Pérez, junto con Manuel Argerich, entró en un conventillo de la calle Balcarce, dirigiéndose a un cuarto donde encontraron un hombre, ya fallecido.
Junto a él, en el suelo, una madre agonizaba.
Su pequeño hijo trata de acercarse a su pecho para saciar el hambre.
La fiebre amarilla mataba en forma implacable. El contagio era inevitable y Roque Pérez lo sabía.
Tomó al niño en sus brazos y corrió a la Casa de Expósitos a dejarlo a cuidado.
Volvió al lugar de la tragedia, sellando su destino.
De nada habían valido los argumentos de los demás miembros de la Comisión de lucha contra la epidemia, que él presidía. Esto ocurría el 20 de marzo de 1871. Inevitablemente contagiado, fallecía el 26 de marzo.
Esta breve descripción de un hecho heroico se encuentra representada en una pintura. La misma se exhibe en la oficina del Gran Maestre de la Masonería Argentina.
José Roque Pérez era Masón
Los restos de quien fuera nuestro primer Gran Maestre, yacen en el cementerio de la Recoleta, en la ciudad de Buenos Aires.
Durante su sepelio, el Doctor Luis F. Varela, que representaba al Presidente de la Nación Domingo Faustino Sarmiento, pronunció palabras que tomaron sentido muy especial el pasado 11 de diciembre:
“Para los que mueren dándonos ejemplo no es sepulcro, el sepulcro, sino Templo”.
Hacia ese templo nos dirigimos los Masones de la Argentina y una gran cantidad de Hermanos extranjeros en la mañana de la fecha mencionada.
Un joven Masón de ochenta años, que cuenta con cincuenta y cinco de pertenencia a Nuestra Orden, nos leyó un excelente trabajo a quienes nos mezclábamos entre las bóvedas, que constituyen un verdadero patrimonio artístico.
Una placa de bronce deja testimonio de esta visita. Pero no alcanza a describir la energía acumulada en el pecho de los hombres.
Tampoco la historia alcanza para hacer justicia a hombres como Roque Pérez. La verdadera justicia radica en seguir el ejemplo.
Uno puede pensar que seguir ejemplos así es un desafío y lo hará con razón. Pero precisamente, los desafíos se redefinen día a día.
Quizás hoy no sea la fiebre amarilla, aunque todavía son muchas las enfermedades que azotan a la humanidad.
Nuestro primer Gran Maestre actuó sin dudarlo. Frente a la terrible coyuntura, lo hizo de la única forma que se lo permitían sus valores.
Dignificar ese ejemplo tiene mucho que ver con mejorar la vida del hombre, para que no ocurran más desgracias producto de la pobreza estructural.
Son grandes los objetivos a alcanzar para que el futuro sea posible.
Entonces, tendrá sentido la placa.