“Que la muerte nos encuentre vivos”

La frase encierra una paradoja profunda: habla de enfrentar el final de la existencia, la muerte, con plenitud de vida. Esta aparente contradicción resalta una enseñanza universal sobre la necesidad de vivir con propósito, consciencia y plenitud hasta el último momento. Desde un enfoque masónico, la frase adquiere una dimensión simbólica, pues la masonería invita a sus adeptos a trabajar en su perfeccionamiento moral e intelectual, buscando iluminarse espiritualmente en la búsqueda de la verdad.

La vida frente a la muerte

La relación entre la vida y la muerte ha sido explorada por filósofos de diversas épocas. Heidegger, en su obra “Ser y Tiempo”, propone que la auténtica existencia solo se alcanza al confrontar la propia finitud. El ser humano, al reconocer su mortalidad, puede vivir una vida más auténtica, lejos de las distracciones y superficialidades. Para Heidegger, “ser para la muerte” implica comprender que nuestra existencia está limitada y que esta limitación da sentido a nuestras acciones.

El enfoque masónico impacta con esta idea, pues la vida no se mide únicamente por su duración, sino por la calidad del trabajo espiritual y moral que realizamos. La muerte, en este sentido, no es un final temido, sino un umbral hacia una nueva etapa de trascendencia. La masonería, al invitar a “morir al vicio” y “vivir en la virtud”, simboliza esta transformación constante hacia una vida plena.

Horacio, con su famoso “carpe diem”, nos invita a “aprovechar el día”. Pero esta no es una llamada al hedonismo, sino a vivir cada momento con plenitud, conscientes de la fragilidad de la vida. En paralelo, la masonería invita a aprovechar cada instante para perfeccionarse y cumplir con el deber hacia uno mismo y la humanidad. Aquí se establece una conexión simbólica: vivir plenamente significa construir un legado, trabajar la “piedra bruta” hasta convertirla en una obra acabada y digna.

El pensamiento de Epicuro complementa esta visión. Aunque a menudo se le asocia con una búsqueda del placer, su filosofía destaca que el temor a la muerte es infundado, pues “mientras existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte llega, ya no existimos”. Desde la mirada masónica, esta idea puede reinterpretarse:

“La vida es el único espacio para el trabajo, y la muerte es el momento en que se evalúa nuestra obra”

La vida eterna y plenitud

La tradición cristiana también ofrece una lectura de esta frase. Cristo dijo: “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Esta vida abundante no se refiere solo a la existencia terrenal, sino a una plenitud espiritual que trasciende la muerte. María Magdalena, figura clave en el cristianismo, ejemplifica esta transformación. De ser vista como pecadora, se convierte en un símbolo de redención y amor absoluto hacia lo divino.

La masonería, aunque no se adscribe a ninguna religión específica, reconoce en estas enseñanzas la importancia de vivir una vida virtuosa. “Que la muerte nos encuentre vivos” puede entenderse entonces como una exhortación a vivir en armonía con los principios espirituales y éticos universales, preparados para rendir cuentas de nuestras acciones ante la trascendencia.

La vida como construcción simbólica

Para la masonería, la vida es un gran taller donde el individuo trabaja sobre sí mismo. Cada acción, cada pensamiento, y cada decisión forman parte del proceso de “pulir la piedra bruta”. La muerte, entonces, no es vista como una derrota, sino como el momento en que se cierra un ciclo de aprendizaje. En el simbolismo masónico, la muerte se representa a menudo como el umbral hacia una nueva etapa de conocimiento y verdad.

Esta visión conecta con el pensamiento de filósofos como Karl Krause, cuya filosofía armónica influenció profundamente a la masonería. Krause proponía que la vida es una expresión de la unidad divina, y que cada ser humano debe esforzarse por alcanzar una vida en equilibrio con los ideales universales. La frase “Que la muerte nos encuentre vivos” repercute  con este ideal: estar “vivos” significa estar conectados con nuestro propósito y con el cosmos.

Vivir como legado

Una vida plena no solo tiene sentido en sí misma, sino también por su impacto en los demás. Hannah Arendt, en su libro “La condición humana”, habla de la “inmortalidad” que se logra al dejar huellas significativas en el mundo. Para Arendt, lo que hacemos en la vida define nuestro legado, el cual trasciende nuestra muerte física.

Desde un enfoque masónico, este legado puede entenderse como las enseñanzas, virtudes y valores que transmitimos. Vivir con plenitud significa no solo perfeccionarse a uno mismo, sino contribuir al progreso de la humanidad, dejando un mundo mejor para las futuras generaciones.

Un llamado a la plenitud

Que la muerte nos encuentre vivos” es una invitación a la reflexión y la acción. Desde un enfoque masónico, esta frase no solo nos recuerda la inevitabilidad de la muerte, sino también la responsabilidad de vivir con propósito, construyendo un legado y trabajando en nuestro perfeccionamiento moral e intelectual.

Al final, la verdadera vida no se mide en años, sino en la intensidad con la que vivimos cada instante, en la profundidad de nuestras relaciones y en el impacto que dejamos en el mundo. Como seres humanos, el mayor tributo que podemos rendir a la existencia es vivir de tal manera que, cuando llegue la muerte, nos encuentre plenamente vivos, conscientes y realizados.