Si hurgamos en el significado del término contenido en cualquier diccionario, encontraremos acepciones como “unión y buena correspondencia entre hermanos o entre quienes se tratan como si lo fuesen”. La fraternidad es uno de los valores que componen el lema de la Orden, y por ello aparece en muchos de sus elementos simbólicos, así como da nombre a muchos de sus grados.
Orígenes del vínculo de la masonería y la Fraternidad
La fraternidad, uno de los ideales más antiguos y proclamados por los grandes idealistas de la historia, dista mucho de ser un mero llamado a los buenos sentimientos; pues la fraternidad no atiende tan solo a un sentimiento de afecto electivo, constituido de afinidades y simpatías coincidentes, sino que es la relación bilateral y espontánea con otra persona, regida por la identidad del género humano y el respeto por las diferencias de experiencia, cultura, edad…; se trata del principio de compatibilidad de las personas, de generosidad y altruismo para con todos. El sentimiento de fraternidad atiende a la dignidad del hombre, a su condición humana.
La fraternidad masónica expresa cómo las diferencias subjetivas de los hombres: credo, raza, inteligencia, etc; no son valores exaltados frente a la base común del concepto de hermandad como seres interrelacionados por el acto creador del Gran Arquitecto; hermanados y con iguales derechos basados en una misma libertad para todos, sino que se refieren también al principio de equidad respecto de aquello que a cada quien le corresponde.
El concepto de la fraternidad se incorpora a la Masonería con la revolución francesa, en sustitución del mero principio de “equidad”. Es el término subyacente y fundamento verdadero de la libertad e igualdad con los que forma el lema masónico por excelencia.
En las constituciones de Anderson de 1723 (base de la masonería) aparece: “… el amor fraternal que es el fundamento y la piedra maestra de la Masonería…”, así como en la constitución de la Gran Logia de Francia se dice: “… la Masonería es una Orden iniciática tradicional fundada sobre la fraternidad…”.
La Fraternidad y los hombres
La Masonería constituye una familia en la que todos somos hermanos por la propia naturaleza del vínculo que nos une; así, la fraternidad opera como sentimiento conducente al espíritu de hermandad, basándose en el compromiso íntimo con la idea de unidad, la que trasciende a nuestra propia voluntad. De este modo, el sentimiento de amor fraterno se relaciona con los conceptos de justicia, armonía y entrega, sin importar quién es el receptor; como expresa la frase de Salomón: “… El justo ama la vida de su bestia…”.
Fraternidad responde, además, a la idea de entrada, penetración o sendero por el camino del conocimiento de las leyes primordiales que rigen las relaciones de los seres y las cosas, y que son reflejo de la sabiduría, fuerza y belleza del Gran Arquitecto, albergando la solidaridad y comunión con el cosmos visible e invisible del que formamos parte.
La fraternidad, que no es sino una manifestación del amor, no puede exigirse, sólo darse, entregarse. Toda manifestación de fraternidad aparece en cuanto uno verdaderamente siente y realiza interiormente el ideal masónico y se acerca al reconocimiento, consciente y sentimental, de la realidad del principio único; sintiéndonos hermanos de los demás y reconociendo así la íntima unión y solidaridad con toda manifestación, la relación con el mismo principio de la vida, con nosotros mismos y con los demás.
En este sentido, es lógico que la fraternidad surja primeramente entre hermanos, pues solo los que la comprenden y se reconocen como tales pueden realmente efectuarla; y después, como el propio amor, sin límite ni condición, pueda extenderse hacia toda manifestación de la vida universal.
La Francmasonería enseña: “Ama al prójimo y no hagas mal, haz bien por amor al bien mismo”, allí donde la búsqueda del Principio Supremo muestra la verdad de la vida universal y su íntima relación entre los seres. En el sentido en que el iniciado se acerca a este conocimiento, despierta en sí mismo la verdadera fraternidad.
Así por caso y, a modo de ejemplo; cuando se proclamó la primera república española, el Gran Oriente de España, en una circular de 1873, expresaba así su modo de pensar y actuar en momentos políticamente difíciles: “ La fraternidad que se practica en el Templo, entre los hombres pertenecientes a diversas escuelas políticas, modera los ímpetus, suaviza los caracteres y refleja sobre el mundo exterior un rayo de la inextinguible claridad que nos alumbra. En las circunstancias actuales no basta con esto solo. Se necesita algo más, mucho más.
La fraternidad masónica
El espíritu fraternal del Templo ha de ser la atmósfera en que siga envuelto el masón que toma parte activa en la vida pública; ese espíritu ha de animarle en la calle, en el club, en el Parlamento… El hombre, la sociedad, la naturaleza, viven porque luchan, y progresan, porque vencen. La misión de la Masonería es la de moralizar esas contiendas y aminorar el dolor en los encuentros de aquella fuerza, sin apagar la eficacia del choque. Demos, monárquicos o republicanos, un gran ejemplo a la sociedad en que vivimos…”
La fraternidad masónica se establece, por tanto, como el núcleo y ejemplo de relación entre todos los hombres, constituyendo la suma de la libertad individual y la igualdad espiritual. Así comprendido; es aquí entonces donde entiendo debemos plantearnos el papel a jugar en nuestro propio grupo de pertenencia social, habida cuenta de los desencuentros, intolerancia y en consecuencia violencia y torpeza política a la que, a simple vista, parecemos estar condenados históricamente en un determinismo cíclico y fatal de repetición clínica propia del tonto a quien, por su condición, no le es posible recordar el mal paso anteriormente dado ni mucho menos la naturaleza del movimiento erróneo que lo ocasionó.
Por tanto, seamos entonces capaces, al menos, de ser portadores de una cierta lucidez en el juicio y por el carácter fraterno, generoso y bien intencionado en el que estamos llamados a particularizarnos, dadores sociales de equilibrio, sensatez, templanza y fraternidad, como verdaderos catalizadores de la ignorancia, la superstición y la violencia que, siempre presentes, prenuncian como inmanente, la patológica repetición de horrores tan conocidos ya, como asimismo superables desde el ejercicio virtuoso de la inteligencia al que estamos convocados, por historia y vocación, a practicar y pregonar todos los masones.