En 1869, siendo Domingo Faustino Sarmiento Presidente de la Nación, ordenó realizar el primer censo nacional. El resultado fue que nuestro joven país tenía poco más de un millón ochocientos mil habitantes.
Más del treinta por ciento habitaba en la provincia de Buenos Aires, el setenta y cinco por ciento era pobre y el setenta y uno analfabeto. Claro que hay una clara diferencia entre habitantes y ciudadanos, para salvar la cual Sarmiento propuso la educación como herramienta definitiva.
Muchas de las iniciativas que tuvo él en esa época ayudaron a forjar una Argentina que lideró el concierto mundial de principios del siglo veinte. Tuvo visión, propósito y firmeza para impulsar muchas de las cosas que hoy aceptamos como naturales.
Puede parecer una empresa imposible que un hombre proveniente de una familia humilde crezca lo suficiente como para legar a dejar su impronta marcada en los tiempos venideros. Sin embargo, él mismo fue ejemplo de cómo el conocimiento eleva y libera al hombre. Por supuesto que resulta muy fácil, alejados de una indispensable perspectiva histórica, criticar sus errores y no reparar en nuestra incapacidad estructural para replicar sus aciertos.
Las gestas nacionales no tienen caducidad
Aquella que comenzó Sarmiento, acompañado por ilustres masones y ciudadanos, culminó con un primer hito: la ley 1420 de educación. ¿Era esta ley perfectible?
Por supuesto que sí.
Pero fue inmejorable como punto de partida.
Hoy, desde otra etapa de nuestra historia, repetimos el desafío.
Es indiscutible que nuestro país se encuentra en una posición de privilegio en cuanto a riquezas naturales se refiere y, fundamentalmente, a producción de alimentos. Esta sola no es una condición para asegurar un futuro venturoso. A pesar de que los precios de las manufacturas bajan aceleradamente y los de los alimentos y otros recursos naturales siguen creciendo, es impensable un desarrollo sostenido sin un adecuado plan industrial.
Para cualquiera de estas vertientes de la economía es indispensable contar con profesionales. Es el conocimiento lo que corona el éxito.
Sirva como ejemplo el caso de Irlanda, que en la década del ochenta se encontraba en una situación económica similar a la de nuestro país. Hoy detenta el mejor ingreso per cápita del mundo, o al menos uno de los mejores.
¿Se trata de un milagro?
Definitivamente no. Simplemente, se apostó al conocimiento.
Se establecieron políticas que entrelazaron la planificación de carreras universitarias con las necesidades que las principales industrias del mundo preveían para el futuro.
De esta manera, la formación profesional se orientó a lo que realmente significaría “demanda” por parte de las grandes corporaciones.
Siendo las empresas globales, solo había que atraerlas.
Por supuesto, esto fue una condición necesaria, pero de nada hubiera servido sin seguridad jurídica y una voluntad manifiesta de disminuir los niveles de corrupción.
Harto sabido es que los profesionales argentinos se destacan en sus respectivos campos y son muy apreciados en el exterior. Claro que eso no genera riqueza, ya que se trata de casos individuales, que no responden a un plan maestro.
El estado está ausente en cuanto a planificación y proyectos.
Un claro ejemplo es el de los ingenieros navales.
La industria naval comienza a reactivarse, pero dicha reactivación se ve frenada por un hecho muy simple: solo dos o tres Ingenieros Navales egresan por año de la universidad, cuando la necesidad real es de al menos veinte.
Aplíquese esta sencilla muestra a un universo de especialidades profesionales y tendremos frente a nosotros una respuesta y un rumbo.
Así como Domingo Faustino Sarmiento entendió la necesidad de una enseñanza básica como cimiento de un proyecto educativo, hoy debemos ir por más.
A poco de producirse un recambio en las autoridades de gobierno, entendemos como indispensable volver a poner a la Argentina en el camino de la excelencia educativa.
Este es uno de los más importantes desafíos, que deberán tomar quienes en octubre recibirán el mandato de la ciudadanía.
Recuperar el impulso educativo es impostergable, así como honrar la memoria de quienes lo generaron poniendo en ello su vida. Los hombres de nuestra historia pueden no ser perfectos, pero agradezcamos sus errores, sin ellos no hubieran tenido aciertos.
Y la historia… se escribe cada día.
* El conocimiento libera al hombre por Dr. Sergio H. Nunes
Ex Gran Maestre.
De la revista Símbolo