Friedrich Nietzsche

“El árbol que quiere crecer hasta el cielo debe enviar sus raíces al infierno” 

El filósofo alemán conocido por su estilo provocador y su crítica a las estructuras tradicionales, nos deja con esta frase una metáfora poderosa sobre la dualidad de la existencia y el esfuerzo necesario para alcanzar alturas significativas. Desde la óptica masónica, la frase invita a reflexionar sobre el equilibrio entre la aspiración a lo divino y la confrontación con lo terrenal, un tema recurrente en la simbología y filosofía de la Masonería.

Exploraremos esta afirmación de Nietzsche bajo el prisma masónico, considerando sus implicaciones simbólicas, filosóficas y prácticas, relacionándola con conceptos como la superación personal, la dualidad del ser y la necesidad de enfrentar las sombras internas para alcanzar la plenitud.

El árbol y su simbolismo en la tradición masónica 

El árbol, como símbolo, tiene un lugar prominente en múltiples tradiciones, incluidas las enseñanzas masónicas. Representa el eje del mundo (axis mundi), que conecta lo terrenal con lo celestial. En el simbolismo masónico, el árbol también puede interpretarse como una metáfora del iniciado, quien busca ascender hacia la luz del conocimiento y la virtud.

Sin embargo, Nietzsche nos recuerda que este crecimiento no es unidimensional. El árbol no solo extiende sus ramas hacia el cielo, sino que también profundiza sus raíces en el suelo, incluso en lo más oscuro de la tierra. Este acto de “enviar sus raíces al infierno” implica una confrontación con lo desconocido, lo temido, y lo oculto, una noción que resuena profundamente en la Masonería.

En los rituales masónicos, especialmente en el grado de Aprendiz, se invita al iniciado a enfrentarse con su propia imperfección y oscuridad. Este proceso, simbolizado por la piedra bruta que debe ser trabajada, es un recordatorio de que el perfeccionamiento moral e intelectual requiere enfrentar y transformar nuestros aspectos más sombríos.

La dualidad y el equilibrio

La Masonería se fundamenta en el principio del equilibrio: el día y la noche, la luz y la oscuridad, el cielo y la tierra. La frase de Nietzsche refleja esta misma dualidad, enfatizando que no se puede alcanzar lo sublime sin confrontar lo profano.

El simbolismo del pavimento mosaico en las logias masónicas, compuesto por cuadrados blancos y negros, es una representación clara de esta dualidad inherente a la existencia. Los masones comprenden que para elevarse hacia la virtud y la sabiduría, es necesario descender al mundo de las pasiones, los instintos y los desafíos humanos.

Este descenso no es un fracaso, sino un paso necesario para la regeneración y la trascendencia. 

El infierno como símbolo de transformación, Nietzsche utiliza el “infierno” no en un sentido teológico, sino como un símbolo de las profundidades del alma, donde residen nuestras pasiones, miedos y conflictos internos. Desde un enfoque masónico, este infierno representa las pruebas y los obstáculos que el iniciado debe superar para purificar su carácter y fortalecer su espíritu.

El proceso de trabajar la piedra bruta implica reconocer las imperfecciones de uno mismo, enfrentarlas y transformarlas. Este trabajo interno es paralelo al acto de enviar las raíces al infierno: solo al confrontar nuestras sombras podemos construir una base sólida para nuestro crecimiento espiritual e intelectual.

Carl Jung, cuyas ideas sobre la sombra complementan esta visión, argumenta que el crecimiento personal requiere integrar aspectos reprimidos o desconocidos de nuestra personalidad. En este sentido, las enseñanzas masónicas coinciden con el pensamiento de Nietzsche y Jung:

“El verdadero crecimiento solo es posible cuando enfrentamos y transformamos lo que yace en nuestras profundidades”

El cielo como aspiración

El “cielo” en la frase de Nietzsche simboliza las metas más elevadas de la existencia humana: la sabiduría, la virtud y la conexión con lo trascendente. Para el masón, estas aspiraciones se representan a través de la búsqueda de la luz, entendida como conocimiento y verdad.

La escuadra y el compás, herramientas fundamentales del masón, son recordatorios constantes de esta aspiración. La escuadra, que representa la virtud, nos invita a actuar con rectitud en nuestras relaciones humanas, mientras que el compás, que simboliza la sabiduría, nos insta a mantener nuestras pasiones bajo control. Estas herramientas son inútiles sin una base sólida, que solo puede lograrse enfrentando y transformando nuestras raíces más profundas.

La síntesis de cielo e infierno 

La frase de Nietzsche no sugiere un rechazo del infierno en favor del cielo, sino una integración de ambos. En este sentido, la Masonería nos enseña que el crecimiento personal no se logra negando nuestras raíces terrenales, sino aceptándolas como parte esencial de nuestro ser.

El ascenso hacia el cielo requiere que el iniciado se arraigue profundamente en la tierra, no como una rendición a lo material, sino como una comprensión de que el cielo y el infierno son dos caras de la misma moneda.

“Este equilibrio es el que permite al masón construir un templo interior sólido y duradero”

La frase de Nietzsche, al igual que los principios masónicos, nos invita a abrazar la complejidad de la existencia. El crecimiento verdadero no se logra huyendo de nuestras sombras, sino enfrentándose y transformándolas en una base para nuestras aspiraciones más elevadas.

En la tradición masónica, esta tarea es un compromiso constante. Cada grado, cada ritual, y cada símbolo nos recuerda que la luz no existe sin la oscuridad, y que solo quienes son capaces de enviar sus raíces al infierno podrán extender sus ramas hacia el cielo. Así, Nietzsche y la Masonería convergen en una lección fundamental: el camino hacia lo sublime pasa inevitablemente por lo profundo, y solo enfrentando nuestros propios abismos podemos alcanzar las alturas de la realización humana.