El hombre como proyecto inacabado

“El hombre siempre muere antes de haber nacido por completo”

La frase nos sitúa frente a una reflexión profunda sobre la existencia humana, su propósito y su incompletud inherente. Desde una mirada filosófica y masónica, esta sentencia resuena como una llamada al autoconocimiento, al perfeccionamiento y a la búsqueda constante de la plenitud espiritual y moral, que rara vez logramos alcanzar en su totalidad durante la vida terrenal.

El hombre como proyecto inacabado 

El filósofo alemán Martin Heidegger define al ser humano como un “ser en el mundo”, un ente que existe en la temporalidad y cuya esencia se despliega en un continuo devenir. Esta idea se entrelaza con la afirmación de que “el hombre muere antes de haber nacido por completo”. La vida humana no es un estado fijo; es un proceso inacabado, una construcción que se realiza en el tiempo y en la interacción con los otros y con el entorno.

En la filosofía masónica, el hombre es también concebido como una obra en construcción. La simbología del trabajo en la piedra bruta representa al individuo imperfecto, que debe pulirse constantemente para acercarse al ideal de la piedra cúbica, símbolo de perfección y armonía. Sin embargo, esta labor nunca termina; el masón sabe que la perfección absoluta es inalcanzable, pero la búsqueda misma da sentido a su existencia.

La muerte y el nacimiento en el ciclo de la vida 

La frase plantea una paradoja fundamental: el hombre muere antes de nacer por completo, sugiriendo que la vida es un espacio limitado en el cual nunca alcanzamos nuestro potencial máximo. Desde la mirada masónica, esto resalta el concepto de trascendencia.

En la masonería, la muerte no es vista como un fin absoluto, sino como un paso hacia el “Oriente Eterno”, donde el espíritu continúa su viaje hacia el perfeccionamiento. La vida terrenal, con sus limitaciones, es un período de aprendizaje y crecimiento.

“En este sentido, el hombre muere incompleto porque la verdadera realización no pertenece al plano físico, sino al espiritual”

El nacimiento, por otro lado, no se limita al acto biológico. Para el masón, el verdadero nacimiento ocurre en el momento de su iniciación, cuando despierta a una nueva conciencia y comienza el viaje hacia la luz. Sin embargo, incluso en este camino, siempre queda un margen de crecimiento y autodescubrimiento que no se agota en la vida terrenal.

El hombre entre la potencialidad y el acto 

El filósofo griego Aristóteles introduce la noción de potencialidad y acto, argumentando que todo ser tiene una esencia que busca realizarse. El hombre, en este sentido, nace con un potencial que solo puede desplegarse a través de su acción en el mundo. Sin embargo, este desarrollo está condicionado por factores externos e internos que limitan su plenitud.

Desde el punto de vista masónico, el trabajo sobre la piedra bruta simboliza este proceso de pasar de la potencialidad al acto. La labor del masón es, precisamente, perfeccionarse en sus virtudes y conocimientos. Pero al igual que la piedra nunca puede ser pulida hasta la perfección total, el hombre nunca agota su potencial durante su vida terrenal, muriendo antes de haber completado su nacimiento espiritual.

La educación como herramienta de nacimiento 

El filósofo Jean-Jacques Rousseau plantea en “Emilio, o De la educación” que el hombre debe ser educado para nacer verdaderamente como ser humano. Para Rousseau, el individuo nace biológicamente, pero su humanidad se forma a través de la educación y la interacción con los demás. Sin esta formación, el hombre permanece incompleto, dominado por sus instintos y desconectado de su verdadero propósito.

En la masonería, la educación ocupa un lugar central. La iniciación masónica es, en sí misma, un acto educativo que simboliza el nacimiento espiritual del individuo. A través del aprendizaje y la introspección, el masón busca “nacer por completo”, pero siempre queda algo por alcanzar, ya que el conocimiento y la perfección son inagotables.

La dualidad masónica del nacimiento y la muerte 

En el simbolismo masónico, el nacimiento y la muerte son realidades inseparables. La muerte, vista como la transición al Oriente Eterno, marca el fin de una etapa y el inicio de otra. En este sentido, la vida terrenal es solo una parte del ciclo más amplio del desarrollo del espíritu.  El masón aprende que cada momento de la vida es una oportunidad para avanzar en su camino hacia la plenitud. Sin embargo, también comprende que este camino es interminable.

“Morir sin haber nacido completamente no es un fracaso, sino una realidad inherente a la condición humana, que encuentra su sentido en la búsqueda continua, no en la llegada a una meta definitiva”

La búsqueda inagotable del hombre 

La frase encapsula una verdad profunda sobre la existencia humana: somos seres inacabados, destinados a buscar, aprender y transformarnos constantemente. Desde la perspectiva masónica, esta incompletud no es un defecto, sino una característica esencial de nuestra naturaleza, que nos impulsa a trabajar en nuestra perfección espiritual, moral e intelectual.

La masonería enseña que el verdadero nacimiento no es el biológico, sino el espiritual. Cada día, cada acto de aprendizaje y cada esfuerzo por mejorar representan un nuevo nacimiento. Aunque la muerte física llega antes de que completemos nuestro desarrollo, la vida misma es una oportunidad para participar en la gran obra universal, dejando un legado que trasciende nuestra existencia individual.

Así, vivir con conciencia masónica es aceptar que nunca “naceremos por completo” en este plano, pero que cada paso en el camino nos acerca a la luz, al perfeccionamiento y a la verdad, que son el verdadero propósito de nuestra existencia.