Consejos

“Uno no da consejos por ser inteligente, uno da consejos porque ya fue estúpido”

 

La frase expresa una paradoja intrigante: los consejos, vistos comúnmente como fruto de la inteligencia o la sabiduría, surgen más bien de la experiencia y, en particular, de los errores. Este pensamiento desafía la visión idealizada de la sabiduría como un don natural o una cualidad innata, subrayando el valor transformador del fracaso y la imperfección.

La filosofía socrática proporciona un punto de partida esencial para analizar esta frase. Sócrates afirmaba: “Solo sé que no sé nada”, reconociendo su propia ignorancia como el motor de su búsqueda de conocimiento. Desde esta perspectiva, dar consejos no es un acto de presunción intelectual, sino un testimonio de humildad: quien ha cometido errores y ha aprendido de ellos está en una posición única para guiar a otros.

El filósofo danés Søren Kierkegaard también enfatizó el papel del error en el desarrollo humano. En El concepto de la angustia, argumenta que la angustia ante la posibilidad de errar es una condición necesaria para el crecimiento espiritual y moral. Los errores nos permiten enfrentarnos a nuestra finitud y aprender de nuestras limitaciones, algo que subyace en la capacidad de ofrecer consejos que trascienden la teoría abstracta y se basan en experiencias reales.

Aristóteles distinguía entre diferentes tipos de conocimiento en su Ética a Nicómaco: el conocimiento teórico (episteme), el técnico (techne) y la prudencia (phronesis). Este último se refiere a la capacidad de tomar decisiones sabias en situaciones concretas, una habilidad que se adquiere a través de la experiencia. Según Aristóteles, la prudencia no surge de una inteligencia innata, sino de haber enfrentado y reflexionado sobre desafíos reales, incluso errores.

En este sentido, la frase puede interpretarse como una reafirmación de la importancia de la experiencia vivida para la adquisición de sabiduría práctica. Los consejos dados no son resultado de una inteligencia abstracta, sino de una acumulación de experiencias transformadoras que han dejado una huella en la persona.

Friedrich Nietzsche, en Así habló Zaratustra, defendía la importancia del error y del sufrimiento como motores de superación personal. Para Nietzsche, las caídas y equivocaciones no son signos de debilidad, sino pasos necesarios hacia la transformación y el crecimiento. El que da consejos, según esta visión, no lo hace desde una posición de perfección, sino desde una humanidad profundamente imperfecta, que ha enfrentado sus propios fracasos y ha logrado trascenderlos.

E esta línea, el consejo se convierte en un acto de autenticidad, un compartir de aquello que uno ha aprendido a través del esfuerzo y el dolor. Esto repercute con la idea  Nietzsche  del amor fati (amor al destino): aceptar los errores y aprender de ellos es una manera de reconciliarse con la vida en toda su complejidad.

El autor cristiano C.S. Lewis reflexionó en varias de sus obras sobre el papel del error en la formación del carácter. En Cartas del diablo a su sobrino, Lewis plantea que el arrepentimiento sincero tras un error tiene un valor transformador, pues nos permite comprender nuestras fallas y, al mismo tiempo, cultivar empatía hacia los errores de los demás. Este proceso de aprendizaje profundo, nacido de la experiencia, es lo que habilita a una persona a ofrecer consejos útiles y genuinos.

La frase, en este sentido, apunta a que los mejores consejos no provienen de una visión moralista o superior, sino de una conciencia humilde y compasiva de la propia imperfección. Este enfoque resalta el valor ético del consejo como un acto de generosidad y servicio hacia los demás.

Carl Gustav Jung, en su análisis del desarrollo humano y los arquetipos, describió el “viaje del héroe” como un proceso en el que la persona enfrenta desafíos, comete errores y, al final, regresa transformada con un conocimiento que puede compartir con la comunidad. El consejo, desde esta perspectiva, es el resultado de haber completado este viaje, habiendo pasado por etapas de lucha, caída y redención.

Jung también subrayó la importancia de integrar las sombras, es decir, los aspectos oscuros y errores del propio ser, en el desarrollo de la personalidad. En este contexto, dar consejos no implica haber alcanzado la perfección, sino haber aprendido a convivir con las propias contradicciones, un proceso que enriquece la sabiduría y la autenticidad del consejo ofrecido.

Desde una perspectiva ética, Emmanuel Levinas en Ética e infinito sugiere que nuestra responsabilidad hacia el otro surge de la experiencia y la vulnerabilidad compartidas. Dar un consejo basado en los propios errores implica reconocer la interdependencia humana y ofrecerse como guía no desde una posición de superioridad, sino desde la solidaridad.

Levinas enfatiza que el encuentro con el rostro del otro nos interpela éticamente, invitándonos a compartir nuestras lecciones de vida como un acto de cuidado. En este sentido, la frase resalta la dimensión ética del consejo: no es un acto de imposición, sino de entrega y reciprocidad.

La frase subraya una verdad esencial: el consejo auténtico nace de la experiencia, especialmente de los errores y fracasos que moldean nuestra humanidad. Lejos de ser un acto de arrogancia, dar consejos es un acto de humildad y empatía, un reconocimiento de que nuestras caídas pueden servir como faros para quienes enfrentan desafíos similares.

Desde Sócrates y Aristóteles hasta Nietzsche y Levinas, la filosofía reafirma que el error no solo es inevitable, sino que es una fuente inagotable de aprendizaje y transformación. En última instancia, el valor del consejo radica en su capacidad para tender un puente entre nuestras experiencias pasadas y las necesidades presentes de quienes nos rodean, fortaleciendo los lazos humanos en un acto de genuina solidaridad.