“Ángeles y demonios no habitan el cielo ni el infierno: residen en el alma del Iniciado, donde la Luz y la Sombra luchan por el dominio del Templo interior.”
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha sentido la necesidad de poblar lo invisible. Y en ese horizonte misterioso de lo inefable surgieron dos arquetipos universales, persistentes en todas las tradiciones: los ángeles y los demonios. Si los primeros representan la luz, la armonía, la inteligencia y el orden, los segundos son símbolo de ruptura, caos, oscuridad y rebelión. Pero ¿son estas entidades realidades objetivas, creaciones divinas o solo metáforas psicológicas? ¿Son seres o símbolos? ¿Aliados o proyecciones? ¿Existen por fuera del hombre o dentro de él?
- Orígenes de los ángeles: la mediación de la luz
En las tradiciones abrahámicas —judaísmo, cristianismo e islam— los ángeles son presentados como creaciones divinas puramente espirituales, anteriores al ser humano, cuya función es servir como mensajeros (angelos, en griego), custodios, ejecutores del orden cósmico y protectores de los hombres.
Según Dionisio Areopagita, los ángeles son “inteligencias puras” organizadas en nueve coros jerárquicos, distribuidos en tres tríadas, cada una más cercana o más lejana a la Fuente Divina. Son, en este sentido, mediadores de lo alto hacia lo bajo, escalones de la gran escalera de Jacob que une el Cielo y la Tierra.
En la visión masónica, donde el simbolismo es el lenguaje de la verdad velada, los ángeles no son solo entidades exteriores, sino también emanaciones arquetípicas que representan fuerzas activas del Espíritu Universal, reflejos del Gran Arquitecto del Universo en su obra manifestada. Como señala Guénon, “los ángeles son estados múltiples del Ser, principios de orden y forma que permiten que lo infinito se exprese en lo finito”.
- ¿Y los demonios? ¿Caídos o necesarios?
Mientras los ángeles representan la obediencia, el orden y la luz, los demonios simbolizan el desvío, la rebelión, el desorden y la oscuridad. Pero su origen no es ajeno al de los ángeles.
La tradición judeocristiana enseña que los demonios son ángeles caídos, espíritus que, por orgullo o desobediencia, rechazaron la armonía divina. El mito de Lucifer, el portador de luz que quiso igualarse a Dios y fue arrojado del cielo, expresa esta caída desde la vertical de la Luz a la horizontal de la sombra.
Sin embargo, más allá del dogma, muchas escuelas esotéricas consideran que los demonios cumplen una función necesaria en el equilibrio universal. Como afirmaba el alquimista medieval Basile Valentin, “sin el fuego del dragón, el oro no se purifica”. Los demonios son también arquetipos, fuerzas caóticas que empujan al alma a confrontar sus propias sombras.
Para Carl Jung, los demonios son proyecciones del inconsciente, aspectos reprimidos de la psique que se manifiestan como entidades exteriores. Desde esta visión psicológica, enfrentarse al demonio es enfrentarse al lado oscuro del yo, al ego desenfrenado, al deseo sin límites, a la voluntad de poder sin contención.
III. Similitudes y diferencias: dos rostros del mismo símbolo
Desde la mirada simbólica y masónica, ángeles y demonios son polaridades complementarias de una misma realidad espiritual. Representan los principios de construcción y destrucción, orden y caos, ascenso y descenso, necesarios para el equilibrio del cosmos y el crecimiento del alma. Como enseña el Tao, “sin sombra no hay luz”.
Ambos son seres intermedios entre el mundo espiritual y el mundo material, pero operan en sentidos opuestos.
Desde la masonería, el trabajo del Iniciado implica el dominio progresivo de las fuerzas caóticas (demonios) y el desarrollo armónico de sus facultades superiores (ángeles). No se trata de eliminar la oscuridad, sino de darle forma, domarla, canalizarla, como hace el alquimista con el plomo.
- ¿Creaciones divinas o fantasías humanas?
Aquí surge la pregunta esencial: ¿son ángeles y demonios seres reales o proyecciones simbólicas?
Desde la teología, especialmente en el cristianismo, se sostiene que son criaturas espirituales reales, personales, sin cuerpo físico, con voluntad e inteligencia. Desde la filosofía esotérica, en cambio, se afirma que son emanaciones, principios o arquetipos de niveles superiores del ser. Y desde la psicología profunda, como en Jung, se los interpreta como manifestaciones simbólicas del inconsciente colectivo.
La masonería, que trabaja con símbolos pero no dogmas, no exige creer en su existencia literal, sino comprender su función arquetípica. Para el Iniciado, los ángeles y demonios son herramientas simbólicas para el trabajo interior. Representan las fuerzas invisibles que modelan la piedra bruta del alma. Así lo afirma Eliphas Lévi, uno de los grandes ocultistas del siglo XIX: “El diablo es Dios visto desde el reverso, el ángel que olvidó su nombre”.
- Influencia en el mundo y en el hombre
Ángeles y demonios no solo habitan las escrituras: también configuran el imaginario colectivo, la moral, la ética, el arte, la política. Son fuerzas que actúan en el teatro humano, inspirando tanto grandes gestas como atroces crímenes. El ángel susurra la renuncia, el demonio la ambición. El ángel llama al amor, el demonio al deseo de posesión.
Pero ambos pueden ser maestros. Como recuerda el Zohar, “el mal tiene permiso de Dios para tentar, porque sin tentación no hay elección, y sin elección no hay libertad”. Desde esta perspectiva, los demonios también forman parte del plan del Gran Arquitecto, como obreros que trabajan en las sombras para templar el alma del Iniciado.
Un equilibrio sagrado
La masonería no combate demonios ni adora ángeles. Los estudia como símbolos vivos, como reflejos del trabajo espiritual que el hombre debe realizar sobre sí mismo. El ángel representa la voz de la conciencia, la intuición, la armonía interior. El demonio, las pruebas, los miedos, las pasiones, el caos que debe ser redimido.
Ambos son necesarios. Ambos forman parte del proceso iniciático. Como enseña el ritual, el camino del Iniciado no es ni de luz ni de sombra, sino de equilibrio. Dominar al demonio no es destruirlo, es transmutarlo. Escuchar al ángel no es adorarlo, sino convertirse en él. Porque en el fondo, como dice la alquimia espiritual: “Todo ángel fue antes un demonio dominado, y todo demonio puede ser un ángel dormido”
Y quizá el verdadero templo del Gran Arquitecto sea el lugar donde ambos se reconcilian, dentro del corazón del hombre.
“Donde un ángel guarda la puerta, un demonio custodia la llave”
Firmado por un obrero del símbolo, que talla con luz y sombra la piedra de su alma esperando que el equilibrio le revele el nombre secreto del Ángel.







