El Compás Masónico y la Forma de la Tierra

“El compás enseña al iniciado a trazar límites justos en su vida, como la Tierra redonda nos recuerda que todo regresa. La circunferencia no tiene principio ni fin: así es el camino del conocimiento y del alma libre”

 

Una reflexión desde el Libro de la Sabiduría

En la vasta simbología de la Francmasonería, el compás ocupa un lugar de privilegio. No es meramente un instrumento de medición, sino una herramienta de construcción espiritual. Es con el compás que se traza el límite de nuestras pasiones, se mide el equilibrio entre los deberes del iniciado y los del ciudadano, y se busca la armonía entre la razón y el espíritu. Pero más allá de su significado interno, el compás nos invita a mirar el mundo y la creación desde una perspectiva más elevada, más trascendental.

El compás, en su geometría perfecta, dibuja el círculo, símbolo del infinito, de lo eterno, de lo que no tiene principio ni fin. Es en este punto donde encontramos su profunda relación con la forma de la Tierra. Desde tiempos antiguos, los sabios han intuido que la Tierra, obra del Gran Arquitecto del Universo, no podía sino tener la forma más perfecta: el círculo, la esfera. No como imposición dogmática, sino como manifestación de la inteligencia suprema que gobierna la naturaleza.

El Libro de la Sabiduría, atribuido a Salomón, nos recuerda con elocuencia:   “Tú dispusiste todo con medida, número y peso” (Sabiduría 11:20).

 

Esta frase resume el principio masónico del orden universal. El mundo no es caos, sino cosmos: armonía, proporción y equilibrio. El compás masónico, al igual que el Gran Arquitecto, no actúa al azar, sino con medida. Cada trazo que marca sobre la piedra bruta de nuestra existencia busca llevarnos hacia la perfección de la piedra cúbica, hacia la redondez que representa la plenitud.

La forma esférica de la Tierra no sólo responde a principios físicos, sino también a una verdad espiritual: el equilibrio de todas las fuerzas, la igualdad de todos los puntos respecto del centro, la unidad en la diversidad. Y el compás, al trazar ese círculo, nos recuerda que todo en la creación está vinculado, que no hay periferia sin un centro, y que ese centro es el principio del Ser, el punto de partida de toda sabiduría: el Conocimiento de uno mismo y del Logos que anima el universo.

Como masones, al abrir nuestros trabajos bajo el signo del compás, no sólo marcamos límites, sino que nos alineamos con las leyes eternas. En cada trazo curvo está la impronta de la Creación. En cada círculo que delineamos está contenida la promesa de unidad, de totalidad, de retorno al Uno.

La Tierra, entonces, es símbolo viviente de la Obra del Gran Arquitecto. Su forma esférica, tan naturalmente armónica, nos llama a salir de la planicie de las pasiones, a abandonar la rigidez de lo cuadrado, para abrazar la plenitud del círculo, del eterno retorno, del ciclo que nunca cesa.

Que el compás, instrumento de sabiduría, nos enseñe a redondear nuestras acciones con justicia, a trazar límites con virtud, y a reconocernos, no como dueños del mundo, sino como humildes aprendices en la gran Logia del Universo. Y que al mirar la forma de la Tierra, recordemos siempre que estamos llamados a construir, a elevar, a perfeccionar.

Así sea, en sabiduría, fuerza y belleza.