“El diablo no existe”

“El diablo no existe, el diablo son las malas acciones del hombre”

La frase invita a una profunda reflexión sobre la naturaleza del mal y su origen, confrontando uno de los mitos más arraigados en las tradiciones religiosas y filosóficas occidentales: la personificación del mal en la figura del diablo. Este concepto ha sido objeto de múltiples interpretaciones a lo largo de la historia, y su análisis desde la mirada filosófica y masónica revela una comprensión mucho más profunda sobre la responsabilidad humana en la génesis del mal.

El concepto del diablo en la historia

El diablo, como figura simbólica del mal, ha sido una constante en muchas culturas y religiones. En el cristianismo, se le identifica como Satanás, el ángel caído que desafió a Dios y fue expulsado del paraíso. Esta representación personificada del mal tiene paralelismos en otras religiones, como en el zoroastrismo con Angra Mainyu, el espíritu maligno que se opone a Ahura Mazda, o en el islam, donde Iblís ocupa un rol similar.

Sin embargo, el origen del mal ha sido un tema de discusión filosófica desde la antigüedad. Los filósofos griegos, por ejemplo, debatieron sobre la relación entre el mal y la ignorancia, y filósofos como Platón sugirieron que el mal es una forma de error, una desviación del conocimiento verdadero. En la filosofía cristiana medieval, San Agustín defendió la idea de que el mal es una privación del bien, una falta de algo esencial, en lugar de una entidad independiente. La figura del diablo se interpretaba, entonces, como una metáfora del alejamiento del bien.

Desde la mirada masónica, el mal no es una fuerza externa que impone su voluntad sobre el ser humano, sino que surge de las acciones y decisiones que los hombres toman al desviarse de los principios universales de verdad, justicia y fraternidad. La masonería, al ser una escuela de moral y ética, enfatiza la responsabilidad personal sobre los actos que contribuyen al bienestar colectivo o a la destrucción de los lazos fraternales.

Filosofía del mal como creación humana

La frase “El diablo son las malas acciones del hombre” plantea una importante pregunta ontológica: ¿existe el mal como una entidad separada de la humanidad, o es simplemente un producto de las elecciones humanas? Este enfoque, más racional y humanista, desvincula la existencia del mal de una figura sobrenatural y la sitúa dentro del ámbito de la ética y la moral humana.

Para el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, la libertad humana es radical y absoluta, lo que implica que el bien y el mal son creaciones del hombre a través de sus decisiones. En su obra “El ser y la nada”, Sartre explora la noción de que el ser humano, al ser libre, está condenado a elegir constantemente, y estas elecciones determinan el bien o el mal. Desde esta perspectiva, no hay un diablo que nos tiente, sino que el mal es simplemente el resultado de decisiones humanas equivocadas, de la evasión de la responsabilidad o de la mala fe.

El concepto sartreano de la “mala fe” es particularmente relevante en este análisis. La “mala fe” se refiere a la tendencia del ser humano a engañarse a sí mismo, negando su libertad y responsabilidad. Este autoengaño conduce a la inacción o a la justificación de acciones inmorales.

“En este sentido, el mal no es una fuerza externa, sino una elección consciente o inconsciente que el ser humano hace cuando se aparta de su libertad y responsabilidad moral”

La responsabilidad en la cosmovisión masónica

Desde el punto de vista masónico, el hombre es un agente responsable de sus acciones, y las malas acciones son el resultado de la ignorancia o la desviación de los principios que guían a la humanidad hacia la luz y el conocimiento. En los rituales masónicos, el simbolismo del diablo o el mal no tiene un lugar central como en las religiones que personifican el mal, sino que se aborda desde una perspectiva más abstracta y filosófica.

En la masonería, el mal puede ser visto como el desequilibrio entre las pasiones y la razón, entre el instinto y la moral. Se trata de una desviación del camino hacia la perfección moral y espiritual que todo masón debe recorrer. Las malas acciones no son provocadas por una entidad externa, sino que son el resultado de la falta de autodominio y del olvido de los principios fundamentales de la moralidad.

El simbolismo del “Viaje” en la masonería, especialmente el ascenso de la escalera de Jacob o la construcción del Templo de Salomón, representa el esfuerzo del hombre por superar sus propias limitaciones y tendencias hacia el mal. A medida que el masón avanza en el conocimiento de sí mismo y del universo, se da cuenta de que el verdadero enemigo no es el diablo, sino su propia ignorancia, sus prejuicios y su falta de virtud.

La ética y el mal: un enfoque humanista

La ética humanista, que se nutre tanto de la filosofía como de los principios masónicos, aboga por una visión del mal que es intrínseca al ser humano. El filósofo alemán Immanuel Kant sostenía que el ser humano es moralmente autónomo, y que su deber es actuar de acuerdo con el imperativo categórico, es decir, hacer lo que uno quisiera que todos hicieran. Cuando el hombre actúa en contra de este principio, contribuye a la creación del mal en el mundo.

Kant, al igual que muchos pensadores modernos, rechaza la idea de que el mal sea una fuerza externa que controle a los hombres. Para él, el mal surge cuando los seres humanos eligen actuar en contra de la ley moral, lo cual ocurre cuando se privilegian los intereses personales sobre el bien común. En este sentido, el mal es un producto de la autonomía mal empleada.

En el ámbito masónico, esta visión de Kant se refleja en la importancia de la autoperfección y la búsqueda de la verdad.

“El masón debe luchar contra sus propias debilidades, no porque el diablo lo esté tentando, sino porque es su responsabilidad personal corregir sus errores y contribuir al mejoramiento de la humanidad”

Conclusión

Al sostener que “El diablo no existe, el diablo son las malas acciones del hombre”, se niega la existencia de una entidad sobrenatural responsable del mal en el mundo, y se afirma la responsabilidad humana en la creación del mal a través de decisiones morales equivocadas. Este enfoque, profundamente arraigado en la filosofía existencialista y humanista, así como en los principios masónicos, nos lleva a reconocer que el mal no es una fuerza externa, sino el resultado de la ignorancia, la falta de virtud y la elección consciente de actuar en contra del bien.

La masonería, en su búsqueda del conocimiento y la perfección moral, nos invita a enfrentarnos a nuestras propias imperfecciones y a trabajar constantemente para superar nuestras tendencias hacia el mal. En última instancia, el mal es una cuestión de elecciones humanas, y nuestra responsabilidad es actuar de acuerdo con los principios de verdad, justicia y fraternidad para construir un mundo mejor. En este sentido, el diablo no es más que un espejo en el que vemos reflejadas nuestras malas acciones, y depende de cada individuo decidir si quiere continuar alimentando ese reflejo o si prefiere caminar hacia la luz.