“Estaba en la oscuridad, pero di tres pasos y me encontré en el paraíso. El primer paso fue un buen pensamiento, el segundo, una buena palabra; y el tercero, una buena acción”
La frase nos invita a una reflexión profunda sobre el progreso moral y espiritual del ser humano. En este sencillo, pero poderoso esquema, se delinean tres elementos fundamentales que constituyen la base para la autorrealización y la conexión con lo trascendente: el pensamiento, la palabra y la acción. Esta tríada, de significación universal, es esencial para la comprensión del proceso iniciático dentro de la masonería y su búsqueda de la perfección moral.
En la masonería, el viaje del iniciado simboliza el paso de la oscuridad a la luz, del caos a la comprensión, de la ignorancia a la sabiduría. Este proceso involucra un desarrollo gradual y consciente de las virtudes necesarias para edificar un “templo interior” sólido, donde la sabiduría y la virtud puedan florecer. El pensamiento, la palabra y la acción constituyen los pilares sobre los cuales se erige la edificación de este templo simbólico. Así, cada paso dado en este camino refleja una lección masónica de profundo significado, en el cual se subraya la necesidad de armonizar lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.
Este trabajo se propone realizar un análisis profundo de estos tres pasos, abordando cada uno de ellos desde una mirada masónica, y destacando su relevancia no solo dentro de la fraternidad, sino también en la vida cotidiana de cualquier ser humano comprometido con el progreso moral.
El primer paso: El buen pensamiento
El primer paso hacia el “paraíso”, según la frase, es un buen pensamiento. Este concepto tiene una importancia crucial dentro de la tradición masónica, donde se insiste en que las ideas son la base de todo lo que el ser humano es y puede llegar a ser. El pensamiento es el origen de la acción y la palabra, y en él reside el potencial creativo que guía el destino del ser humano.
El pensamiento como origen del progreso espiritual
Desde una perspectiva masónica, el pensamiento correcto es el primer paso para la superación personal y espiritual. Este concepto se alinea con la enseñanza masónica de que el ser humano es un “constructor” de su propio destino. El pensamiento actúa como la piedra angular sobre la cual se erige todo lo demás; sin una base sólida de pensamientos nobles y positivos, es imposible que el masón edifique su “templo interior” de manera firme y perdurable.
En la alegoría masónica, la oscuridad representa la ignorancia, el prejuicio y el error, mientras que la luz simboliza el conocimiento, la sabiduría y la verdad. El proceso iniciático del masón implica un “despertar” mental, un llamado a iluminar sus pensamientos y a librarse de la oscuridad de la ignorancia. Al iniciar su jornada, el masón toma conciencia de la importancia de sus pensamientos y del poder que estos tienen para modelar su vida y su entorno. Este primer paso implica, por lo tanto, el cultivo de una mente abierta, reflexiva y capaz de discernir lo verdadero de lo falso.
El pensamiento positivo y la alquimia interior
En un sentido más filosófico, la Masonería enseña que el buen pensamiento no es solo un acto pasivo de reflexión, sino un proceso de alquimia interna que transforma la mente y el espíritu. Los pensamientos positivos, altruistas y elevados generan una resonancia que, al propagarse, afecta positivamente a quien los emite y a su entorno. El proceso de “purificación mental”, en el que el masón aprende a controlar y refinar sus pensamientos, es esencial para su progreso en el camino hacia la sabiduría.
En la filosofía masónica, el control de los pensamientos se compara con el trabajo de un albañil que, con paciencia y precisión, selecciona y pule las piedras con las que construirá su templo. El masón debe eliminar los pensamientos impuros, mezquinos o destructivos, tal como un albañil descartaría las piedras defectuosas.
De esta manera, el buen pensamiento se convierte en la piedra angular del proceso de perfección masónica.
El Segundo Paso: La buena palabra
El segundo paso hacia el “paraíso” es la buena palabra. En la tradición masónica, las palabras tienen un valor trascendental. Representan la manifestación externa del pensamiento interno y tienen el poder de crear, destruir, inspirar o desmoralizar. La masonería, como muchas otras corrientes de pensamiento filosófico, otorga un gran valor a la palabra hablada, reconociendo que el uso correcto o incorrecto del lenguaje tiene un impacto profundo en el individuo y la sociedad.
La palabra como expresión de la verdad
En la masonería, la verdad es uno de los principios fundamentales, y la palabra es el vehículo mediante el cual esa verdad se transmite al mundo. La palabra correcta, o buena palabra, es aquella que refleja con precisión la pureza del pensamiento que la genera. Esto implica que, para que una palabra sea verdaderamente buena, debe estar en armonía con un pensamiento elevado y justo. No basta con hablar; es necesario que las palabras sean honestas, que reflejen la verdad, y que promuevan el entendimiento y la fraternidad entre los seres humanos.
La importancia de la palabra en la masonería se refleja en su ritualismo, donde las palabras pronunciadas durante los trabajos de logia tienen un peso simbólico profundo. Cada término utilizado en los rituales tiene un significado preciso y está diseñado para guiar al iniciado en su búsqueda de la sabiduría. El uso adecuado de la palabra en la logia es, por tanto, un reflejo del compromiso del masón con la verdad y la integridad.
El poder creativo y destructivo de la palabra
La palabra tiene un poder dual: puede ser creativa o destructiva. En este sentido, los masones son conscientes del impacto que sus palabras pueden tener en los demás. Una palabra mal pronunciada o deshonesta puede causar daño, mientras que una palabra bien escogida y emitida desde el corazón puede elevar y fortalecer a quienes la escuchan. El masón, consciente de este poder, es llamado a usar su palabra con prudencia, sinceridad y amor fraternal.
El silencio también juega un papel crucial en la filosofía masónica. Si bien la palabra tiene un poder transformador, también se enseña que, en ocasiones, el silencio es más sabio que la palabra pronunciada sin reflexión. El control del lenguaje incluye, por tanto, la habilidad de saber cuándo hablar y cuándo callar, un equilibrio que refleja el dominio de uno mismo y la consideración por los demás.
El tercer paso: La buena acción
Finalmente, el tercer paso hacia el “paraíso” es la buena acción. En la masonería, la acción es la manifestación final de los pensamientos y las palabras. Es el resultado tangible del trabajo interno que el masón ha realizado en su mente y su espíritu. El buen pensamiento y la buena palabra, sin la correspondiente acción, carecen de poder transformador. Solo a través de la acción puede el individuo manifestar plenamente su carácter y contribuir al bien común.
La acción como prueba de la virtud
En la filosofía masónica, la acción es la prueba definitiva del carácter de un individuo. Los pensamientos y palabras pueden ser nobles, pero si no se traducen en actos concretos, carecen de sustancia. El masón es llamado a actuar de acuerdo con los principios que ha interiorizado. La acción correcta, o buena acción, es aquella que está en consonancia con los valores de la fraternidad, la justicia, la caridad y la verdad.
Este enfoque en la acción refleja una de las enseñanzas fundamentales de la masonería: que la verdadera sabiduría no reside solo en el conocimiento, sino en su aplicación práctica. El conocimiento que no se pone en práctica es estéril; solo a través de la acción puede el masón verdaderamente contribuir al progreso de la humanidad.
La acción y el servicio al prójimo
La buena acción no se limita a los actos de beneficio personal, sino que incluye el servicio a los demás. La masonería enseña que el amor fraternal y la caridad son virtudes esenciales, y que el masón tiene la responsabilidad de utilizar sus capacidades y recursos para ayudar a quienes lo rodean. La buena acción es, en última instancia, un acto de amor y generosidad hacia el prójimo, un reflejo de los principios de fraternidad y solidaridad que guían la Orden.
La tríada del progreso masónico
En resumen, los tres pasos hacia el “paraíso” representan un esquema de desarrollo personal y espiritual profundamente arraigado en la tradición masónica. El buen pensamiento, la buena palabra y la buena acción forman una tríada inseparable que guía al masón en su búsqueda de la verdad, la justicia y el perfeccionamiento moral. Cada uno de estos pasos es un reflejo del proceso iniciático que transforma al masón de un ser sumido en la oscuridad de la ignorancia a un individuo iluminado por la luz del conocimiento y la virtud.
La masonería enseña que el verdadero paraíso no es un lugar físico, sino un estado de conciencia elevado, alcanzable a través de la práctica constante de estos tres principios. La perfección masónica no es un fin en sí misma, sino un camino continuo de crecimiento, donde el pensamiento, la palabra y la acción están llamados a construir.