“Un uomo libero e di buon costume riesce a fare il Creatore di riconoscere il suo pensiero nella perfezione della sua pietra”
La frase “Un hombre libre y de buenas costumbres consigue hacer que el Creador reconozca sus pensamientos en la perfección de su piedra” contiene una profunda enseñanza masónica que nos invita a reflexionar sobre el perfeccionamiento personal, la trascendencia del espíritu humano y la conexión entre la obra del hombre y la divinidad.
La libertad y las buenas costumbres
En la tradición masónica, el concepto de “hombre libre” tiene múltiples interpretaciones. En primer lugar, alude a la libertad interior, es decir, la capacidad de gobernarse a sí mismo mediante la razón y la virtud. Según la doctrina masónica, un hombre no puede aspirar al perfeccionamiento espiritual si está esclavizado por pasiones desordenadas, vicios o dogmas que limiten su capacidad de pensar y actuar conforme a la razón.
Uno de los grandes estudiosos de la masonería, Albert Mackey señala que la libertad masónica no es meramente externa, sino una emancipación interna que permite al individuo ser el arquitecto de su propia vida, una prerrogativa fundamental para acercarse a la divinidad.
El complemento indispensable de la libertad es la moralidad. Las buenas costumbres representan la práctica de virtudes que guían al individuo hacia un comportamiento ético. En masonería, se entiende que estas virtudes deben trascender la simple observancia de normas externas y ser interiorizadas como una guía del alma. El lema masónico “Hacer el bien por el bien mismo” enfatiza que el perfeccionamiento no se logra solo con conocimiento, sino con la acción virtuosa.
La piedra bruta y la piedra cúbica
En masonería, la piedra es un símbolo central del trabajo personal. La piedra bruta representa al iniciado en su estado inicial, lleno de imperfecciones, pero con un potencial infinito. A través del trabajo constante, el masón pule su piedra hasta convertirla en una piedra cúbica, símbolo de perfección y armonía. El acto de trabajar la piedra es una metáfora de la transformación interna del masón, quien, mediante el conocimiento, la virtud y la práctica de las enseñanzas masónicas, perfecciona su carácter y su espíritu.
La perfección de la piedra
La perfección de la piedra no es un fin en sí mismo, sino un medio para expresar los pensamientos y las aspiraciones del masón. Cuando se dice que el “Creador reconoce los pensamientos en la perfección de la piedra”, se alude a que el esfuerzo del masón por pulir su carácter y su alma es un acto de alabanza hacia el Gran Arquitecto del Universo. Es a través de este esfuerzo que el masón se hace digno de ser considerado un colaborador en la obra divina.
El Creador y el reconocimiento
En la tradición masónica, el “Gran Arquitecto del Universo” simboliza la inteligencia suprema que rige la creación. Para que el Creador reconozca los pensamientos de un masón, estos deben ser puros, elevados y estar alineados con los principios universales de verdad, justicia y amor. En este sentido, la masonería comparte la idea de que el pensamiento humano tiene un componente divino, siempre que sea dirigido hacia el bien común.
El filósofo alemán Karl Krause, vinculado al pensamiento masónico, defendía que el desarrollo ético del ser humano era una forma de acercarse a Dios. En su obra enfatiza que la perfección humana es una manifestación de la voluntad divina, y que el hombre, al perfeccionarse, cumple con su papel en el plan universal.
La piedra trabajada es el reflejo material del esfuerzo espiritual del masón. Es decir, no basta con pensar virtuosamente; es necesario que este pensamiento se traduzca en acciones concretas y tangibles. En este punto, la masonería comparte la idea con el filósofo Immanuel Kant, quien afirmaba que la verdadera virtud reside en el ejercicio práctico de la moralidad, y no solo en la contemplación teórica del bien.
En “Morals and Dogma” Albert Pike, destaca que el esfuerzo del masón por pulir su piedra es un acto sagrado que lo aproxima al Gran Arquitecto del Universo. Según Pike, el perfeccionamiento humano es una emulación del acto creador divino. El filósofo esotérico, René Guénon interpreta el trabajo sobre la piedra como un símbolo del retorno a la unidad divina. En su visión, la masonería enseña que el hombre debe reconstruirse a sí mismo para recuperar su estado primordial.
Los críticos del concepto de perfección, como Friedrich Nietzsche, aunque distante de la masonería, critica la idea de la perfección como un concepto impuesto por ideales ajenos a la naturaleza humana. Según Nietzsche, el hombre debe aceptar sus imperfecciones y transformarlas en una fuerza creativa. Y desde el desde el existencialismo, Jean-Paul Sartre sostiene que el ser humano no tiene una esencia predeterminada y, por tanto, la perfección es una construcción subjetiva. Sin embargo, Sartre estaría de acuerdo en que cada individuo tiene la responsabilidad de definirse mediante sus actos.
Símbolo masónico y trascendencia espiritual
La masonería, como escuela iniciática, enseña que el perfeccionamiento personal tiene un propósito trascendental: contribuir a la construcción del “Templo Universal”. La perfección de la piedra individual no solo beneficia al masón, sino que se convierte en un aporte a la obra colectiva de la humanidad. En este sentido, el reconocimiento del Creador no es solo un acto personal, sino una confirmación de que el trabajo del masón tiene un impacto en el plan divino.
En un mundo lleno de contradicciones, la masonería reconoce que la perfección absoluta es inalcanzable. Sin embargo, el esfuerzo por alcanzarla es lo que da sentido a la vida del masón. Este esfuerzo se refleja en la práctica de la virtud, el estudio y el servicio a la humanidad.
La frase es una enseñanza masónica que trasciende el plano individual para integrarse en un contexto universal. Representa el ideal de la masonería:
“Formar hombres que trabajen constantemente en su perfección interior, reflejando en sus obras el pensamiento divino”
Este proceso requiere libertad, virtud y esfuerzo continuo, pues solo a través del trabajo personal se puede transformar la piedra bruta en una piedra perfecta, digna de ser parte del gran templo de la humanidad. La frase nos recuerda que cada acto de perfeccionamiento personal es, en última instancia, un tributo al Gran Arquitecto del Universo y una contribución al progreso espiritual de la humanidad.