Antonio Machado, uno de los grandes poetas de la Generación del 98 en España, nos ofrece en su obra una profunda reflexión sobre la vida, el tiempo, y el sentido de la existencia. El poema “Todo pasa y todo queda”, extraído de su obra “Campos de Castilla”, encapsula la visión filosófica de Machado, caracterizada por una mezcla de melancolía, serenidad y una percepción aguda del devenir del tiempo. En este trabajo, se explorará el significado de este poema desde una perspectiva filosófica, abordando temas como la transitoriedad de la vida, la búsqueda de sentido, y la relación entre el individuo y el cosmos.
La transitoriedad de la vida
El poema comienza con una afirmación que refleja la naturaleza efímera de la existencia: “Todo pasa y todo queda”. Esta paradoja inicial plantea la idea de que, aunque los eventos de la vida son transitorios y fugaces, dejan una huella indeleble en el mundo y en la memoria. Este concepto se relaciona con la filosofía del “panta rei” de Heráclito, que sostiene que “todo fluye” y que la única constante en la vida es el cambio. Para Machado, el paso del tiempo es inevitable, y con él, la transformación de todo lo que conocemos.
Sin embargo, Machado no se limita a un enfoque pesimista de la temporalidad. La frase “pero lo nuestro es pasar” sugiere una aceptación de esta transitoriedad, un reconocimiento de que nuestra tarea en la vida no es aferrarnos a lo que pasa, sino seguir adelante, crear y dejar nuestro rastro. Este rastro, estos “caminos sobre la mar”, representan nuestras acciones y decisiones, que aunque puedan parecer insignificantes y efímeras, forman parte del gran entramado de la existencia.
La búsqueda de sentido
En la siguiente estrofa, Machado expresa una renuncia a la búsqueda de la gloria y la fama: “Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción”. Aquí, el poeta se distancia de las ambiciones comunes de dejar un legado tangible en el mundo. Esta actitud recuerda a la filosofía de los estoicos, quienes enseñaban la importancia de vivir conforme a la virtud y la razón, más allá del deseo de reconocimiento externo. Para Machado, la verdadera gloria no reside en ser recordado, sino en la experiencia misma del vivir, en el goce de los “mundos sutiles”.
Estos “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles” pueden interpretarse como una metáfora de las ideas, los sueños y las aspiraciones que, aunque intangibles, poseen una belleza y una fragilidad que les confiere su propio valor. Machado aprecia estos mundos por su evanescencia, por su capacidad de existir momentáneamente y luego desaparecer sin dejar rastro, al igual que las “pompas de jabón” que describe con tanta ternura.
La relación entre el individuo y el cosmos
La imagen de los “caminos sobre la mar” es una metáfora poderosa que puede interpretarse desde múltiples miradas. En primer lugar, la mar, con su vastedad e infinitud, representa el cosmos, el universo en su totalidad. Los “caminos” que el poeta menciona son los senderos que trazamos en la vida, nuestras acciones, pensamientos y decisiones. Sin embargo, estos caminos, al ser trazados sobre la mar, sugieren que no son permanentes; son efímeros y se desvanecen tan pronto como los creamos.
Desde un enfoque filosófico, esta imagen refleja la relación del ser humano con el universo: aunque nuestra existencia es insignificante en comparación con la inmensidad del cosmos, nuestras acciones tienen un impacto y un sentido dentro de nuestra propia experiencia de vida. Este concepto se alinea con la filosofía existencialista, que enfatiza la creación de significado y propósito en un mundo que, en sí mismo, puede parecer indiferente o carente de un sentido inherente.
El desapego y la contemplación
Una de las cualidades más destacadas del poema es el desapego que Machado muestra hacia la idea de la permanencia y la fama. Al expresar su preferencia por los “mundos sutiles” y su falta de interés en la gloria, el poeta sugiere una actitud de desapego y contemplación. Esta postura es similar a la que encontramos en las tradiciones filosóficas orientales, como el budismo, donde se enfatiza la importancia de vivir en el presente y aceptar la impermanencia de todas las cosas.
Machado no busca aferrarse a lo material ni a lo tangible; en cambio, encuentra belleza en lo pasajero, en lo que no se puede retener. Esta actitud refleja una sabiduría profunda: la comprensión de que el verdadero valor de la vida no reside en la acumulación de logros o posesiones, sino en la capacidad de apreciar la belleza en cada momento, incluso en aquello que es efímero y fugaz.
El rechazo de la ambición y la vanidad
La repetición de la frase “nunca perseguí la gloria” refuerza el rechazo de Machado a la ambición y la vanidad. Este rechazo no es simplemente una renuncia a la fama, sino un cuestionamiento más profundo de los valores que la sociedad a menudo considera importantes. Machado desafía la noción de que la vida debe estar orientada hacia la acumulación de poder, riqueza o reconocimiento, y en su lugar, propone una vida orientada hacia la belleza, la contemplación y la simplicidad.
Desde una mirada masónica, este rechazo de la ambición se alinea con la enseñanza masónica de que el verdadero crecimiento y desarrollo espiritual no se encuentran en la búsqueda de lo externo, sino en el trabajo interno y en la construcción de un carácter virtuoso. Los masones valoramos la humildad y el desapego como cualidades esenciales para el progreso espiritual, y el poema de Machado refleja estas mismas ideas.
La fragilidad y la belleza
El poema también explora la fragilidad de la vida y la belleza que se encuentra en esa fragilidad. Las “pompas de jabón”, que Machado describe como “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles”, son una metáfora de la delicadeza de la existencia. Estas imágenes evocan una sensación de asombro ante la belleza efímera de la vida, que, aunque breve, es digna de ser apreciada.
Esta visión de la vida como algo frágil y transitorio está en sintonía con la filosofía masónica, que reconoce la inevitabilidad de la muerte y la impermanencia de todas las cosas. La masonería enseña que la conciencia de la muerte y la transitoriedad de la vida no deben ser causas de temor, sino fuentes de motivación para vivir de manera más plena y significativa. Al igual que las pompas de jabón que “tiemblan súbitamente y se quiebran”, nuestras vidas son breves y frágiles, pero también están llenas de una belleza que merece ser contemplada.
El poema “Todo pasa y todo queda” de Antonio Machado es una profunda reflexión sobre la naturaleza de la vida, la búsqueda de sentido y la relación entre el individuo y el cosmos. A través de imágenes evocadoras y un lenguaje lírico, Machado nos invita a reconsiderar nuestras prioridades y a encontrar belleza y significado en lo efímero y lo transitorio.
Desde un enfoque filosófico, el poema puede interpretarse como una meditación sobre la impermanencia, el desapego y la humildad. Estos conceptos, que resuenan tanto en la filosofía occidental como en las tradiciones orientales, también encuentran eco en la enseñanza masónica, que valora la introspección, la contemplación y el desarrollo espiritual como caminos hacia una vida plena.
En última instancia, Machado nos recuerda que la vida no se trata de perseguir la gloria o de dejar un legado duradero, sino de vivir con autenticidad, apreciar la belleza de lo transitorio y trazar nuestros propios caminos, aunque sean sobre la mar. En esta aceptación del flujo constante de la vida, encontramos la verdadera sabiduría y la paz interior.
“Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.
Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse…
Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar…
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso…
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
Golpe a golpe, verso a verso…
Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar
Golpe a golpe, verso a verso”.