“Los antiguos alquimistas afirmaban que cada uno de nosotros somos, de hecho, el mismo Dios, pero que lo hemos olvidado”
La afirmación representa una idea profundamente espiritual y filosófica, enmarcada en las tradiciones esotéricas que buscan desentrañar el misterio de la existencia humana y su relación con lo divino. Desde el enfoque masónico, podemos analizar esta declaración bajo tres perspectivas principales: el simbolismo alquímico, la filosofía hermética y la búsqueda del autoconocimiento.
La alquimia como un proceso de transformación interior
Los alquimistas no solo se dedicaban a la transmutación de los metales, sino que consideraban su labor como un viaje espiritual hacia la perfección. Este proceso, conocido como la “opus magnum” o Gran Obra, simboliza la purificación del alma y el retorno al estado divino original. Para ellos, el hombre poseía una “scintilla divina” (chispa divina), una conexión intrínseca con Dios que debía ser redescubierta y activada.
En este contexto, olvidar nuestra naturaleza divina equivale a caer en la ignorancia, un estado que en términos masónicos se simboliza por la “oscuridad” del aprendiz antes de alcanzar la luz. Como explican textos como el “Mutus Liber”, el alquimista debe “despertar” esa chispa mediante un trabajo interno de conocimiento, disciplina y fe.
La filosofía hermética: el todo está en el uno
El axioma hermético “Como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera” expone que el macrocosmos (el universo) y el microcosmos (el hombre) están intrínsecamente conectados. Si Dios es el Todo, entonces cada ser humano es una expresión de ese Todo, una “gota en el océano divino”. Sin embargo, esta verdad a menudo está velada por las distracciones materiales y las pasiones humanas.
Giordano Bruno, influenciado por las corrientes neoplatónicas, sostenía que en cada individuo reside la totalidad de la divinidad, pero que esta totalidad está fragmentada por la ignorancia. En su obra, Bruno llama al ser humano a trascender su condición terrenal para recuperar esa memoria perdida de su origen divino. Esta idea también se encuentra en el pensamiento masónico:
“El ser humano como templo imperfecto, pero con el potencial de reflejar la perfección divina mediante su edificación interna”
El olvido y la recuperación del conocimiento
La idea de que hemos olvidado nuestra naturaleza divina tiene resonancias en las tradiciones gnósticas. Para los gnósticos, el hombre vive en un estado de amnesia espiritual causado por su inmersión en el mundo material. Esta separación de lo divino es el origen del sufrimiento humano. El filósofo Carl Jung retomó esta idea en sus estudios sobre alquimia, señalando que el trabajo del alquimista es un camino de individuación: la reunificación del yo consciente con el “Self” o totalidad divina.
En la masonería, este olvido se representa por el “hombre profano” que aún no ha sido iniciado en los misterios. El trabajo del masón es, por tanto, un proceso de redescubrimiento de la luz interna, una búsqueda que resuena con el principio alquímico de “solve et coagula”: disolver lo impuro y coagular lo puro.
En su obra “Psicología y Alquimia”, Carl Gustav Jung explica que los símbolos alquímicos reflejan procesos psicológicos profundos. El “olvido” de nuestra naturaleza divina es, para Jung, una metáfora del inconsciente, que contiene la totalidad de nuestra esencia, incluyendo nuestra conexión con lo divino.
El alquimista y médico renacentista Paracelso escribió que el hombre contiene en sí mismo “el cielo y la tierra, los ángeles y los demonios”. Esta idea enfatiza la unidad de todas las cosas dentro del ser humano y su capacidad de manifestar lo divino a través del conocimiento y la voluntad.
En su libro “The Secret Teachings of All Ages”, Manly P. Hall describe la alquimia como un “arte real” cuyo objetivo no es solo transformar el plomo en oro, sino también llevar al hombre a un estado de conciencia crística. Este estado es el recuerdo del hombre de su verdadera identidad como emanación divina.
Platón, en su teoría del conocimiento, afirma que aprender es, en esencia, recordar (anamnesis). Esto resuena con la idea alquímica de que somos Dios pero lo hemos olvidado: la verdad no es adquirida, sino redescubierta.
“Dios olvidado”
Desde el punto de vista masónico, esta afirmación se puede relacionar con la búsqueda de la “verdad” y el perfeccionamiento del ser. El olvido de nuestra naturaleza divina es equivalente al estado de caos o desorden que precede a la creación.
“El masón, como constructor simbólico, trabaja para levantar su templo interior y, en este proceso, recuperar la memoria de su origen divino”
Los símbolos masónicos, como el compás, la escuadra y la piedra bruta, representan herramientas para este trabajo de redescubrimiento. Cada grado masónico implica una nueva comprensión de esta chispa divina que habita en nosotros y que nos conecta con el Gran Arquitecto del Universo.
La afirmación de los antiguos alquimistas nos invita a reflexionar sobre nuestra verdadera naturaleza y a emprender el camino del autoconocimiento. Desde un enfoque masónico, este proceso es la esencia misma de la iniciación: recordar que somos parte de lo divino y, a través de la virtud, el trabajo y la reflexión, llegar a manifestarse plenamente.
El poeta William Blake lo resume con estas palabras: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo se mostraría al hombre tal cual es: infinito” Así, la tarea del ser humano es limpiar las puertas de su percepción, recordar su conexión con lo infinito y actuar en consecuencia. Este es el verdadero propósito de la alquimia, la masonería y la vida misma: redescubrir que somos, en esencia, el mismo Dios.