El monstruo de Frankenstein

La novela Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, publicada en 1818, no solo es una de las primeras obras de ciencia ficción, sino también una profunda reflexión sobre la ética, la creación y las consecuencias de la ambición humana desmedida. Desde la visión masónica, esta obra puede analizarse como un alegórico viaje iniciático que nos invita a explorar la relación entre el creador y la creación, el conocimiento y la responsabilidad, y la lucha eterna entre la luz y la oscuridad.

Frankenstein como alegoría masónica

La masonería utiliza símbolos y narrativas para transmitir verdades universales, y la obra de Shelley, aunque no explícitamente masónica, se presta a una interpretación rica en significados. En su núcleo, “Frankenstein” aborda temas que resuenan profundamente con la filosofía masónica:

  • El conocimiento y su propósito: ¿Es el conocimiento un fin en sí mismo o debe estar guiado por principios éticos?
  • La responsabilidad del creador: ¿Qué deber tiene quien posee el poder de crear o transformar?
  • La imperfección humana: ¿Cómo debemos afrontar nuestras limitaciones en el camino hacia la perfección?

El doctor Victor Frankenstein puede entenderse como una figura simbólica del iniciado que busca la “luz” del conocimiento, pero que se desvía al olvidar los principios morales que deben guiar su búsqueda.

El mito de Prometeo y el ideal masónico 

El subtítulo de la obra, “El moderno Prometeo”, conecta al doctor Frankenstein con el mito del titán griego que robó el fuego de los dioses para entregarlo a la humanidad. En el simbolismo masónico, el fuego representa la luz del conocimiento, la chispa divina que eleva al hombre por encima de su estado bruto. Sin embargo, Prometeo sufre un castigo eterno por su acto, y esta dualidad —el don de la luz y el precio de la transgresión— es central en la narrativa de Shelley.

El masón, en su búsqueda de la verdad, debe recordar que el conocimiento no puede separarse de la responsabilidad. Victor Frankenstein fracasa porque su búsqueda del saber está impulsada por la vanidad y el egoísmo, no por un deseo de mejorar la humanidad.

El monstruo como la piedra bruta 

Desde una perspectiva masónica, el monstruo puede interpretarse como una alegoría de la piedra bruta, ese estado inicial del ser humano antes de ser trabajado y pulido. La criatura, nacida de una combinación de diversos elementos, carece de forma, propósito y guía moral, lo que la convierte en un reflejo de los aspectos más oscuros y caóticos de la humanidad.

El abandono del trabajo iniciático 

Victor Frankenstein, al crear la criatura, abandona su responsabilidad como “creador” o “arquitecto”. Esto puede interpretarse como el rechazo del deber masónico de pulir la piedra bruta, dejando que las imperfecciones dominen y generen caos. La criatura, privada de educación y guía, representa el potencial humano desperdiciado y desviado hacia la destrucción.

La dualidad luz-oscuridad: el viaje del masón 

La novela explora profundamente la lucha entre la luz y la oscuridad, un tema central en la masonería.

  1. Victor Frankenstein: Representa la luz que busca trascender los límites de lo conocido. Sin embargo, su luz se convierte en sombra al actuar sin moderación ni ética.
  2. El monstruo: Encarnación de las tinieblas y la alienación, pero también de la inocencia inicial que, al ser rechazada, se transforma en resentimiento.

“Esta dualidad recuerda al masón que su viaje iniciático no solo busca adquirir conocimiento, sino también integrar sus aspectos oscuros y trabajar para convertirlos en virtud” 

lecciones masónicas

Una de las grandes lecciones de la novela es la responsabilidad inherente al acto de creación. Para los masones, el Gran Arquitecto del Universo simboliza el orden y la armonía. En contraste, Victor Frankenstein actúa como un arquitecto irresponsable, abandonando su creación y permitiendo que el caos se apodere de ella.

La masonería enseña que todo conocimiento adquirido debe estar al servicio de la humanidad. Shelley nos advierte de los peligros de ignorar esta premisa: el conocimiento desprovisto de ética conduce a la destrucción, tanto del creador como de su creación.

El aislamiento y la fraternidad 

El aislamiento es un tema recurrente en “Frankenstein”. Tanto el doctor como el monstruo experimentan soledad: el primero por su obsesión, el segundo por su rechazo.

En la masonería, la fraternidad es esencial para evitar el aislamiento espiritual. Los lazos entre hermanos masones son un recordatorio constante de que el trabajo personal debe estar vinculado al servicio comunitario

Shelley parece sugerir que la falta de conexión humana es una de las causas del sufrimiento en la novela. La fraternidad masónica, en contraste, busca unir a los hombres bajo ideales comunes, recordando que la luz no puede brillar plenamente si no es compartida.

Hoy en día, la obra de Mary Shelley sigue siendo relevante, especialmente en debates sobre biotecnología, inteligencia artificial y los límites éticos del progreso. Desde una perspectiva masónica, “Frankenstein” nos insta a reflexionar sobre el equilibrio entre conocimiento, acción y responsabilidad.

  1. La ética del conocimiento: El masón moderno debe cuestionarse cómo aplicar el saber para el bien común, evitando caer en la trampa de la ambición desmedida.
  2. El deber hacia la creación: En un mundo cada vez más moldeado por las creaciones humanas, desde tecnologías hasta sistemas sociales, la responsabilidad ética es más crucial que nunca.
  3. La fraternidad como antídoto: En una sociedad fragmentada, la masonería ofrece un modelo de conexión y propósito compartido, recordando que el progreso individual debe estar en armonía con el colectivo.

Una obra iniciática 

Frankenstein” no es solo una advertencia sobre los peligros del conocimiento desmedido, sino también una invitación a reflexionar sobre el papel del creador y la responsabilidad hacia su creación. Desde una perspectiva masónica, la obra nos recuerda que el verdadero trabajo no termina en la adquisición de saber, sino en su aplicación ética y responsable.

El masón, como Victor Frankenstein, busca la luz; pero a diferencia de él, debe recordar siempre que esa luz no pertenece al individuo, sino a la humanidad. Así, Shelley nos deja una lección atemporal: el conocimiento es poder, pero solo cuando se guía por principios superiores puede convertirse en virtud.