“El libre albedrío es la elección del camino; la predestinación, el mapa invisible que lo contiene”
Introducción
La aparente antinomia entre el libre albedrío y la predestinación ha desafiado a teólogos, filósofos, y místicos desde tiempos antiguos. ¿Somos arquitectos de nuestro propio destino, o meros actores de un guion trazado por una inteligencia superior? Este dilema no solo divide escuelas doctrinales, sino que atraviesa los fundamentos del pensamiento occidental, penetrando en la ética, la responsabilidad, la libertad y la salvación. Desde el enfoque masónico, donde la búsqueda de la verdad es un ejercicio de construcción interior y libertad espiritual, esta cuestión se vuelve aún más significativa: ¿puede el hombre construir su Templo Interior si su destino está irrevocablemente trazado?
- El libre albedrío: el alma como agente creador
El libre albedrío ha sido tradicionalmente defendido por pensadores que ven en el ser humano una chispa del Principio Creador, un microcosmos dotado de razón, conciencia y voluntad. Desde Sócrates y Platón hasta san Agustín y Duns Escoto, se ha afirmado que la libertad moral es condición necesaria para la virtud.
“Si no hay elección, no hay mérito; si no hay voluntad, no hay ética”
En la filosofía masónica, que concibe al ser humano como aprendiz del Gran Arquitecto del Universo, el libre albedrío es condición sine qua non de la iniciación. La libertad no se entiende como mera ausencia de coacción externa, sino como capacidad de autodeterminación para elevarse por encima de lo material, del prejuicio, del dogma, y de la ignorancia. Como escribe el filósofo masón Oswald Wirth:
“Libertad es conocimiento; sin luz, el hombre no elige, solo reacciona”
El francmasón no es una hoja arrastrada por los vientos del destino, sino un constructor que graba en piedra su voluntad con el cincel del pensamiento y el mazo de la acción. Desde esta óptica, la libertad no es una concesión divina, sino un trabajo de albañilería espiritual, una edificación constante.
- La predestinación: el misterio de la Providencia
Por otro lado, la predestinación ha sido defendida por corrientes teológicas que subrayan la soberanía de lo divino. En el cristianismo, especialmente en las corrientes agustinianas y calvinistas, la idea de que Dios, en su omnisciencia y omnipotencia, ha determinado desde la eternidad quién será salvo y quién no, ha generado profundos debates.
Para san Agustín, el pecado original condena a la humanidad, y solo por gracia —no por méritos— puede el alma ser redimida. Lutero y Calvino heredaron esta doctrina, llevándola hasta su máxima expresión: Dios elige incondicionalmente, el hombre no decide su destino. Esta perspectiva resalta la majestad divina, pero minimiza la libertad humana.
Desde una visión masónica, esta idea presenta tensiones fundamentales. Si el Gran Arquitecto del Universo ha dispuesto desde el principio la suerte de cada alma, ¿qué sentido tiene la Iniciación, la Búsqueda, la Luz, el Esfuerzo? La Masonería, que propone un camino de perfección interior y libertad responsable, no puede aceptar una visión fatalista sin erosionar su propia esencia simbólica y espiritual.
El iniciado no es un peón en el tablero cósmico; es un obrero con herramientas que puede aprender a usar. La predestinación, entonces, solo puede tener sentido si se entiende no como imposición absoluta, sino como potencialidad: el plan del Gran Arquitecto puede estar trazado, pero su ejecución requiere la cooperación del alma libre.
III. Filosofías intermedias: armonizar libertad y destino
Algunos pensadores han intentado reconciliar ambas nociones. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, afirma que Dios conoce el futuro y lo dispone, pero esa disposición incluye la libertad humana. Su lógica es que la libertad no contradice la Providencia, sino que está inscrita en ella como uno de sus instrumentos. La causalidad divina opera a través de causas secundarias, y la voluntad humana es una de ellas.
En el plano filosófico, Leibniz sostiene que vivimos en el mejor de los mundos posibles, diseñado por Dios con armonía preestablecida, donde cada libertad individual encaja en un orden universal. Esta visión, sin negar la libertad, la inserta en un cosmos inteligible.
En la doctrina esotérica masónica, este equilibrio se simboliza en la balanza entre la escuadra y el compás, entre la Ley (orden cósmico) y la Libertad (acción humana). El universo no es ni completamente determinado ni totalmente caótico: es un templo inacabado, donde cada piedra —cada alma— tiene su forma particular y su función específica.
- El símbolo del camino: el V.I.T.R.I.O.L. como reconciliación
Uno de los símbolos más profundos del pensamiento masónico es el acrónimo alquímico V.I.T.R.I.O.L.: Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem (“Visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta”). Este símbolo enseña que el camino de transformación es interno, libre, pero requiere voluntad y discernimiento.
Desde esta perspectiva, el destino no es una imposición externa, sino una vocación que debe ser descubierta, una piedra oculta que debe ser desenterrada. La predestinación no es imposición sino propósito. El libre albedrío es el medio para alcanzar esa finalidad oculta. Así, la aparente contradicción se disuelve: el destino existe, pero es un mapa que debe ser leído y recorrido con libertad.
- la libertad como deber sagrado
Desde una mirada masónica, el ser humano no nace ni condenado ni salvado, sino convocado. No es esclavo del azar ni marioneta de la Providencia. Es, más bien, un aprendiz que, con sus propias manos, puede levantar el Templo de su alma, si tiene el coraje de mirar hacia adentro y rectificar su camino.
El libre albedrío es, entonces, una tarea más que un derecho; una responsabilidad más que una licencia. Y la predestinación, lejos de ser una cadena, puede ser entendida como un destino que espera ser descubierto: el plan que el Gran Arquitecto ha diseñado para cada ser, pero que sólo se revela a quien lo busca con constancia, humildad y Luz.







