La Shekiná
“La Shekiná es el aliento oculto de la Divinidad que mora entre los pliegues del alma humana; es la presencia silenciosa que enciende la chispa del Uno en el corazón del mundo”
Presencia divina y luz iniciática
Introducción
En el corazón de la tradición judeocristiana y mística, la palabra Shekiná (del hebreo שכינה, que significa “morada” o “presencia”) representa la manifestación visible de lo divino, una suerte de resplandor que habita el Templo, guía a los profetas y consuela a los exiliados. Pero en el contexto masónico —donde todo símbolo es puente hacia una verdad más profunda— la Shekiná no es solo un vestigio de gloria perdida, sino una presencia viva, una luz iniciática, y un símbolo del alma que se edifica como templo para lo trascendente.
Nos proponemos una lectura interdisciplinaria y simbólica de la Shekiná, con aportes de la Kabbalah, el pensamiento esotérico y la tradición masónica, que revelan su importancia como eje espiritual y arquetipo en el camino del iniciado.
- Una presencia luminosa
En el relato bíblico, la Shekiná aparece como esa nube luminosa que desciende sobre el Tabernáculo en el desierto y, más tarde, sobre el Templo de Jerusalén. Es la misma presencia que habla con Moisés cara a cara, la que desciende durante el Shabat y la que abandona el Templo antes de su destrucción, según la literatura rabínica.
No obstante, la Shekiná no desaparece del imaginario espiritual. El Zohar, texto central de la Kabbalah, la describe como la “Novia de Shabat”, la dimensión femenina de la divinidad que acompaña y guía a los justos. Es la luz que no abandona al pueblo, el consuelo en el exilio, la manifestación que vincula el cielo con la tierra.
- Símbolo femenino de la divinidad
Desde una perspectiva cabalística, la Shekiná se identifica con la sefirá Malkhut, el nivel más bajo del Árbol de la Vida, donde la divinidad se vuelve accesible. Esta esfera es receptiva, como la luna que refleja la luz del Sol, y representa el mundo material iluminado por lo divino.
El historiador Gershom Scholem la definía como “la más femenina de las sefirot”, madre e hija, reina y novia. Así, la Shekiná asume múltiples rostros: presencia cercana, matriz de redención, y fuerza que retorna al Creador en un acto de reintegración cósmica. En el lenguaje simbólico, encarna el arquetipo de lo femenino divino: la Sophia, la madre nutricia, la guía interior.
III. El templo interior
La masonería, con su estructura iniciática y simbólica, ha reinterpretado muchos conceptos místicos de la antigüedad. En su sistema, la Shekiná es vista como la luz de la verdad, la manifestación del Gran Arquitecto del Universo que solo puede habitar en un Templo puro, construido en el corazón del iniciado.
Cada grado masónico representa una etapa en la construcción de ese templo interior, y es solo a través de la práctica moral, la reflexión y el rito que se prepara el espacio sagrado para que la Shekiná descienda. Tal como los antiguos artesanos edificaron el Templo de Salomón, el masón moderno se convierte en arquitecto de sí mismo.
En esta lectura, los símbolos tradicionales —el compás, la escuadra, la piedra bruta y la piedra cúbica— se relacionan con las emanaciones cabalísticas. La Shekiná es, entonces, la presencia espiritual que corona la obra del iniciado, análoga a la luz del sol que ilumina el sanctasanctórum.
- La Shekiná como arquetipo y luz trascendental
Desde una perspectiva simbólica más amplia, algunos psicólogos junguianos han interpretado a la Shekiná como el arquetipo del ánima, la presencia femenina interna que guía al alma hacia la totalidad. La luz de la Shekiná no es sólo un concepto religioso, sino una imagen interna de integración, redención y retorno.
En la masonería especulativa, especialmente en grados superiores influenciados por el esoterismo occidental, la Shekiná aparece asociada a conceptos como la estrella flamígera, la columna de la sabiduría, o el ojo que todo lo ve, actuando como símbolo de la presencia permanente del principio divino en el alma humana.
- Un símbolo vivo en la masonería contemporánea
En un mundo que muchas veces ha perdido el lenguaje del símbolo, recuperar la figura de la Shekiná es reencontrarse con la dimensión sagrada de la interioridad. En la tradición masónica, esta Presencia no es un dogma ni una entidad lejana, sino una fuerza viva, que invita a cada iniciado a ser templo, a vivir con pureza, y a buscar la luz.
La Shekiná, desde la mirada masónica, simboliza no solo la divinidad que habita el mundo, sino también la aspiración del alma hacia la perfección. Es el principio femenino que equilibra la acción con la contemplación, la construcción externa con la alquimia interna. Representa, en última instancia, el encuentro entre lo humano y lo eterno, una chispa que mora en cada corazón dispuesto a la transformación.
La Shekiná no es un relicto teológico ni una curiosidad mística: es el símbolo viviente de la presencia divina en el mundo, la manifestación de la luz en la oscuridad, y la guía de todo iniciado que busca comprenderse y elevarse.
Desde el punto de vista masónico, la Shekiná invita a construir el templo del alma, a pulir la piedra interior, y a preparar un espacio donde la verdad, la sabiduría y la belleza puedan habitar. Porque cuando el iniciado ha trabajado con fidelidad, la Presencia desciende. Y en ese momento, todo ritual cobra sentido, y el templo deja de ser un símbolo para convertirse en realidad.







