El Hermano Libertador y la Forja de la Luz en el Sur
En el Templo de la Historia, pocas columnas sostienen con tanta firmeza el arco de la Libertad como la que lleva el nombre de José de San Martín. No basta con narrar sus campañas militares o su prudencia política para comprender la magnitud de su obra: es preciso penetrar el velo que cubre su pertenencia a la Orden, pues allí, en las cámaras de trabajo de Cádiz, Londres, Buenos Aires, Mendoza, Santiago, Lima y Bruselas, se templó el espíritu que habría de emancipar a los pueblos del sur.
San Martín no llegó a la masonería por azar. Su iniciación en 1808, en Cádiz, de la mano del general Francisco María Solano, no fue un episodio lateral, sino el ingreso a una hermandad de pensamiento ilustrado, cosmopolita y revolucionario. En la Logia Integridad y luego en los Caballeros Racionales Nº 3, San Martín aprendió a leer la realidad como un símbolo y a trabajar por la libertad de conciencia y la soberanía de los pueblos.
Para el masón, el mundo es una Obra en construcción; para el militar ilustrado, el continente americano era un edificio inconcluso que debía alzarse sobre cimientos de autodeterminación. Ambos principios se fundieron en la vocación de San Martín.
Logias y Revolución
La masonería de fines del siglo XVIII y principios del XIX no era una simple fraternidad filosófica: funcionaba como red política, intelectual y estratégica. Los masones eran hijos de la Ilustración, portadores de la luz contra las tinieblas del absolutismo y la superstición. Desde la independencia de Estados Unidos hasta la Revolución Francesa, pasando por las emancipaciones hispanoamericanas, la huella masónica se reconoce en símbolos, juramentos y redes de acción.
En Cádiz, San Martín formó parte de discusiones donde se entrelazaban las noticias de las guerras napoleónicas con el despertar de las colonias. En Londres, la Logia de Caballeros Racionales Nº 7 lo vinculó con Alvear, Zapiola, Andrés Bello y otros Hermanos que compartían la convicción de que América debía liberarse por sus propias manos.
El paso de San Martín al Río de la Plata no fue una aventura individual, sino parte de un plan debatido en logias: una estrategia de liberación continental que, siguiendo el método de los constructores, se ejecutaría por etapas —primero liberar el sur, luego avanzar hacia el norte para unir fuerzas con Bolívar—.
La Fundación de un Taller Secreto
Al arribar a Buenos Aires en 1812, San Martín se entrevistó con Julián Álvarez, Venerable de la principal logia porteña. Allí nace la Logia de Caballeros Racionales Nº 8 y, pocos años después, la Lautaro, cuyo nombre evocaba a un guerrero mapuche símbolo de resistencia.
Contrario a lo que sostienen algunos críticos, su estructura, juramentos y disciplina correspondían al espíritu masónico, aunque no estuviese formalmente inscrita en Londres.
Las logias sanmartinianas no eran clubes de tertulia, sino verdaderos “partidos secretos” que definían el curso político. Desde allí se gestó el golpe de octubre de 1812 contra el Primer Triunvirato y la convocatoria a la Asamblea del Año XIII.
Todo Hermano comprometido sabía que las decisiones políticas debían debatirse y acordarse en Tenida antes de salir a la luz pública.
La Red Continental
En Mendoza, la logia de San Martín se convirtió en centro de planificación para la campaña libertadora. Sus principales oficiales —O’Higgins, Las Heras, Monteagudo, Guido— eran Hermanos.
La travesía de los Andes y la proclamación de la independencia en Chile y Perú se acompañaron de la expansión de logias “lautarinas” por el territorio, nodos discretos de coordinación política y militar.
En Lima, San Martín continuó su trabajo masónico. La célebre entrevista de Guayaquil con Bolívar, rodeada de misterio, cobra otro sentido si se interpreta bajo la óptica masónica: dos Hermanos, en la intimidad de un templo simbólico, deliberando sobre el destino de la obra común.
El Silencio del Exilio
Fiel a la disciplina del Hermano, San Martín jamás reveló en público los secretos de sus tenidas. En Bruselas ingresó a la logia La Perfecta Amistad; allí se le honró con una medalla masónica que lo retrataba como “Libertador del Sur”. En Londres y París mantuvo contacto con Hermanos, y sus “Máximas” para Merceditas (su hija) destilan moral masónica: amor a la verdad, respeto por la libertad de conciencia, rechazo a la tiranía y práctica de la virtud.
Su religiosidad, más deísta que dogmática, reflejaba la visión masónica del Gran Arquitecto del Universo: un Ser Supremo cuya mayor dádiva al hombre es la libertad de pensar y obrar.
La Última Controversia: Su Sepultura
Cuando sus restos llegaron a Buenos Aires en 1880, la Iglesia —que veía en la masonería un enemigo— se opuso a colocarlos en tierra consagrada. El mausoleo de Nuestra Señora de la Paz, en la nave derecha de la Catedral, se diseñó de modo que su sarcófago quedara inclinado, con la cabeza mirando hacia abajo.
Para algunos, un accidente arquitectónico; para otros, un símbolo deliberado de condena a un masón. Sea cual fuere la intención, la piedra fría no apagó la luz de su obra.
Herencia de Luz
San Martín fue Hermano, soldado y constructor de naciones. Sus columnas —la Libertad y la Igualdad— se alzaron sobre la base de la Fraternidad, y su trabajo sigue inspirando a quienes creen que la emancipación no es un acto único, sino una labor perpetua de perfeccionamiento moral y social.
En el Libro de la Historia Masónica, su nombre figura no sólo como el del General victorioso, sino como el del Iniciado que aplicó las herramientas del taller —el compás de la prudencia, la escuadra de la justicia y el cincel de la voluntad— para edificar la independencia de un continente.
Así, el Libertador se mantiene, más allá de los siglos, como ejemplo de que la verdadera obra de un masón no se mide por títulos ni grados, sino por la huella luminosa que deja en la humanidad.