Diwali

El triunfo de la luz interior y su resonancia universal

“Diwali no es solo la victoria de la luz sobre la oscuridad, sino el recordatorio eterno de que cada alma es una lámpara encendida por dentro, y que solo cuando se enciende desde adentro, puede iluminar el mundo sin arderse a sí misma”

El Diwali, también conocido como Deepavali o “la fila de lámparas”, es una de las festividades más importantes dentro del hinduismo, celebrada con fervor en toda la India y por millones de devotos en el mundo. A simple vista, parece una fiesta de luces, colores, dulces y fuegos artificiales. Pero, como toda manifestación religiosa profunda, Diwali es mucho más que una celebración estacional: es una expresión simbólica y espiritual de las fuerzas arquetípicas que habitan en el ser humano, un ritual de renovación de la conciencia y, en clave masónica, una alegoría del triunfo de la luz sobre las tinieblas interiores.

Esta nota pretende explorar el Diwali desde una perspectiva filosófica, teológica y simbólica, incorporando la visión de estudiosos del hinduismo, filósofos y simbologistas, y estableciendo puentes con otras festividades religiosas que también celebran el despertar de la luz en el alma humana.

El contexto del Diwali más allá del calendario

Diwali cae entre octubre y noviembre, según el calendario lunar hindú, en la luna nueva del mes de Kartika. Aunque su fecha varía cada año, su esencia permanece: celebrar la victoria del dharma (el orden cósmico) sobre el adharma (el caos), del conocimiento sobre la ignorancia, y de la luz sobre la oscuridad.

Según las escrituras hindúes, Diwali conmemora el regreso del dios Rama a Ayodhya tras derrotar al demonio Ravana, y su coronación como rey justo y sabio. En otras regiones, se celebra la victoria de Krishna sobre Narakasura, o el nacimiento de la diosa Lakshmi, símbolo de la abundancia y la armonía. Cada relato, aunque diverso, representa un mismo arquetipo: la reactivación de la luz espiritual que mora en cada ser humano.

La luz como símbolo

Desde un punto de vista masónico, Diwali se presenta como una festividad particularmente afín con los ideales de la orden. La luz no es un mero fenómeno físico, sino el emblema del conocimiento, la sabiduría, la virtud y la verdad. En la masonería, el iniciado “pide la luz” como símbolo del despertar interior, del paso de la ignorancia al entendimiento. Diwali, al encender miles de lámparas —diyas—, es una dramatización colectiva de ese mismo rito: iluminar la oscuridad del alma con la llama del conocimiento y la virtud.

El simbolista René Guénon interpretaba las luces en las tradiciones orientales como representaciones del “fuego espiritual”, ese que no consume pero transforma. Cada diya encendido en Diwali es una chispa del fuego sagrado, como aquel que Prometeo entrega a la humanidad en la mitología griega, o como la zarza ardiente que no se consume en el relato mosaico. En ese sentido, Diwali puede ser entendido también como una ceremonia iniciática para el pueblo.

El alma como campo de batalla

En el Bhagavad Gita, texto esencial del hinduismo, el campo de batalla entre el bien y el mal es interior. Arjuna, el guerrero confundido, representa al alma humana que duda ante el deber espiritual. Krishna, su auriga y avatar de Vishnu, le recuerda que el dharma debe cumplirse, aún cuando ello implique combatir las propias sombras. Diwali, en esta clave, simboliza el momento en que el alma, tras un combate interior, emerge victoriosa y se reinstala en su trono de conciencia.

El filósofo indio Sri Aurobindo sostuvo que la luz que Diwali celebra no es externa, sino “la conciencia que disipa las nubes de la ignorancia del ser inferior”. Similarmente, el teólogo Raimon Panikkar hablaba del “resplandor interior” en las religiones orientales como una revelación de lo eterno en lo efímero. Así, Diwali no es una simple victoria moral externa, sino un acontecimiento interior: el nacimiento de la luz eterna en la cueva del corazón.

La diosa Lakshmi, símbolo de la abundancia, la belleza y el equilibrio, es venerada especialmente durante Diwali. Pero su presencia no invita a una adoración materialista. Lakshmi representa la prosperidad que fluye en armonía con el dharma, no el simple acopio de riqueza. En la tradición védica, la riqueza no es un fin en sí mismo, sino un medio para la vida justa y virtuosa.

Desde una lectura masónica, Lakshmi es análoga al principio del equilibrio de fuerzas: ni el exceso ni la carencia deben dominar al iniciado. La riqueza del alma, el equilibrio interior, y la armonía con el cosmos son las verdaderas ofrendas que se encienden en su altar.

Relación con otras festividades religiosas

Diwali encuentra resonancias en numerosas festividades religiosas que, aunque separadas por cultura y dogma, celebran la misma verdad profunda: el renacer de la luz.

Hanukkah, la festividad judía de las luces, conmemora el milagro del aceite que ardió ocho días en el templo restaurado. Al igual que en Diwali, se celebra el triunfo de un pueblo sobre la opresión y la restauración de lo sagrado. Ambos encienden luces como signos de la presencia divina.

Navidad, en la tradición cristiana, celebra el nacimiento de la “luz del mundo”, Cristo, en el tiempo más oscuro del año: el solsticio de invierno. El simbolismo del niño luminoso en el pesebre remite también al despertar de la chispa divina en el corazón humano.

Yule, el antiguo festival pagano del solsticio, celebraba el retorno del Sol Invictus, luz que no se apaga aunque parezca dormida. Diwali y Yule comparten la idea del renacimiento cíclico del fuego sagrado.

Ramadán y Eid al-Fitr, en el islam, culminan con la superación de las pruebas internas y la purificación espiritual. Aunque no giran en torno al símbolo de la luz material, sí implican un proceso de iluminación del alma y dominio del ego, similar al combate simbólico de Diwali.

Estas festividades, bajo distintos nombres y formas, dan testimonio de una verdad esotérica universal: la humanidad celebra la luz no por necesidad externa, sino porque intuye que su destino más alto está en reconocer su chispa divina y cultivarla.

El fuego que no se apaga

En un mundo marcado por las sombras del materialismo, el fanatismo y el olvido espiritual, Diwali emerge como una invitación ancestral y vigente a reencontrarnos con lo esencial. La luz que celebramos en Diwali no es sólo la del aceite o la electricidad; es la llama del discernimiento, la verdad y la compasión. Es la misma luz que los antiguos alquimistas buscaban transmutar en oro interno, la que los místicos cristianos llamaban lumen Christi, la que el iniciado masón busca cuando cruza los velos del templo interior.

Diwali no pertenece solo a la India. Pertenece al espíritu humano. Es una fiesta universal, no por su colorido, sino por su significado profundo: cada ser humano está llamado a encender su propia lámpara, a disipar sus propias tinieblas, y a caminar como hijo de la luz.

Y como diría el Rig Veda, uno de los textos más antiguos de la humanidad:

“Tamaso ma jyotir gamaya”

condúceme de la oscuridad a la luz.