“No todo lo oscuro es maligno; no toda luz es verdad”.
Resumen histórico
El Día de Brujas, o Halloween, se celebra el 31 de octubre y encuentra su origen en la ancestral festividad celta de Samhain (pronunciado “sáuin”), que marcaba el final del verano y el comienzo del invierno. Para los pueblos celtas, Samhain representaba el inicio del nuevo año espiritual, un umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Se creía que durante esta noche, el velo que separa ambos mundos se volvía tenue, permitiendo que los espíritus transiten entre ellos.
Con la expansión del cristianismo, la Iglesia absorbió esta celebración pagana, sin lograr erradicarla completamente. En el siglo VIII, el Papa Gregorio III estableció el Día de Todos los Santos el 1 de noviembre, y su víspera (All Hallows’ Eve) pasó a conocerse como Halloween. A pesar de su cristianización, persistieron elementos paganos, simbólicos y rituales.
Filosofía y simbolismo del Halloween
Desde una óptica filosófica y masónica, Halloween representa mucho más que una festividad infantil con disfraces y dulces. Es un rito de tránsito, una reflexión sobre la muerte y lo invisible, un momento del calendario donde el ser humano se enfrenta a sus sombras y a su mortalidad.
Carl Jung hablaba del “encuentro con la Sombra” como un paso necesario hacia la individuación. Halloween, al permitir la representación lúdica de lo oculto —fantasmas, brujas, monstruos—, puede verse como un ejercicio cultural de exteriorización simbólica del inconsciente colectivo. La máscara no oculta, revela.
Desde la perspectiva del hermetismo y de la filosofía iniciática, el 31 de octubre es una fecha-límite, un umbral simbólico. En ella se encierra el mismo principio que los misterios antiguos enseñaban: que la muerte es una ilusión, un portal hacia la transformación. Como escribió el masón Manly P. Hall, “todos los Misterios antiguos eran escuelas de muerte y resurrección, no para el cuerpo, sino para la conciencia”.
El número 7, clave en la simbología esotérica, aparece en la repetición anual de festividades que nos conectan con los ciclos de la vida y la muerte. Y el número 3, también sagrado en masonería, se refleja en la triple división del año celta: Imbolc, Beltane, y Samhain. Esta última simboliza el descenso al mundo subterráneo, una alegoría del viaje interior del iniciado.
Autores como Mircea Eliade han analizado el valor de los rituales de paso y su función en todas las culturas. Samhain-Halloween cumple ese papel: es una oportunidad para reconectar con los ancestros, integrar el misterio de la muerte, y transformar el miedo en comprensión.
El teólogo Joseph Campbell, en su análisis de los mitos, sostiene que “los rituales son vehículos simbólicos para pasar por las transformaciones necesarias del alma”. Halloween sería, en ese sentido, un ritual desacralizado que aún conserva ecos profundos de iniciación espiritual.
La Iglesia ha oscilado entre condenarlo y adaptarlo. Para muchos teólogos, el Día de Brujas no debe celebrarse, por su aparente conexión con lo oculto. Sin embargo, otros lo interpretan como una forma de catarsis simbólica, donde el ser humano enfrenta lo siniestro desde una perspectiva cultural y moral. El teólogo Thomas Moore (autor de El cuidado del alma) incluso sugiere que estas fiestas pueden abrir espacios para explorar la espiritualidad más allá de los dogmas.
Desde el enfoque masonico, Halloween simboliza un momento iniciático. En el sendero del aprendiz, se le enseña que debe morir al mundo profano para renacer como un ser consciente. La noche de Halloween, como Samhain, es la noche del silencio y la reflexión, de descender a la cámara de meditación y enfrentar el “esqueleto” simbólico que todos llevamos dentro.
En logia, la oscuridad no es condenada, sino comprendida. Se convierte en matriz de sabiduría. El aprendiz, el compañero y el maestro recorren distintas fases de la muerte simbólica. Halloween, bajo este enfoque, representa ese punto de inflexión donde el velo cae, y el masón mira de frente al Misterio.
Conclusión
Lejos de ser una simple fiesta comercial o pagana, Halloween encierra profundos significados que se remontan a las raíces de la humanidad. Es la noche donde los símbolos vuelven a respirar, donde la sociedad —aunque no lo sepa— revive antiguos rituales de transformación. El iniciado sabe que toda muerte es un símbolo de cambio, y que el verdadero horror no está en los espíritus, sino en una vida sin conciencia ni búsqueda de la verdad.







